Las mejores intenciones
Elogio de la educación
Mario Vargas Llosa
Taurus
128 páginas | 7 euros
Bajo el algo engañoso título de Elogio de la educación, Taurus recoge siete textos breves, brevísimo en realidad el primero, de Mario Vargas Llosa en torno a los beneficios de la lectura y los triunfos de la ficción. Siendo sinceros, el título que mejor convendría al volumen es el de su colofón, Elogio de la lectura y la ficción, leído durante la recepción del Nobel de Literatura.
Los textos del volumen pueden organizarse en torno a dos grandes fenómenos: la vocación y la crítica. Si “Qué es un gran libro” (1979), “Dinosaurios en tiempos difíciles” (1996), “Semilla de los sueños” (1997) y “La solitaria y el catoblepas” (1997) rastrean los aspectos vocacionales de la literatura, convirtiéndose en una especie de narración en primera persona de las andanzas lectoras y creativas de un escritor llamado a ser excepcional, “La literatura y la vida” (2001), “Elogio de las bibliotecas” (2005) y el citado “Elogio de la lectura y la ficción” (2010) sirven al autor de Conversación en La Catedral para exponer sus puntos de vista sobre el valor, sentido y futuro de la literatura.
Quien haya frecuentado los ensayos de Vargas Llosa, sobre todo La verdad de las mentiras, encontrará en estos textos una reformulación menos académica que intuitiva, dirigida a un publico no especializado, del argumento central de su ensayo sobre la novela moderna. Refiriéndose a Santuario, de Faulkner, Vargas Llosa escribió allí: “La vida no es nunca como las ficciones. A veces es mejor, a veces peor, pero siempre más matizada, diversa e impredecible de lo que suelen sugerir aun las más logradas fantasías literarias. Eso sí, la vida real no es jamás tan perfecta, redondeada, coherente e inteligible como en sus representaciones literarias”. De esa tensión entre realidad y ficción, vida y literatura, materia grosera y arquetipo tratan los apuntes presentes.
Las mejores intenciones depositadas por el escritor peruano en estos fragmentos apuntan al legado humanista de la literatura, en trance de retroceso ante los avances de otras formas de comunicación y discurso, un cambio de paradigma señalado por George Steiner desde su convicción de hallarnos en una época posterior a la palabra, en una posteridad donde el lenguaje más resonante no es el derivado de la ficción, sino el ligado a formas de discurso como las matemáticas, la física, la música, la iconografía e incluso el silencio.
Desde su confianza en la fuerza de la literatura, Vargas Llosa pone el acento en dos asuntos primordiales. El primero es el hecho insoslayable de que la ficción, desde sus orígenes, se ha manifestado como una actividad incómoda para el poder, cuya constante tentación, a lo largo de los tiempos, ha sido prohibirla. El odio a la literatura es, pues, un índice paradójico pero fenomenal de su importancia. El segundo factor determinante es que la literatura atenta contra cualquier apriorismo, sea de índole ideológica, sentimental o incluso estética. Cuando uno se sumerge en la lectura de ciertos libros, pierde sus atavismos. Resulta extraordinario que un comunista pueda leer a Mishima y conmoverse; que un cínico pueda leer a Victor Hugo y emocionarse; que un galdosiano pueda leer a Perec y sentirse turbado. Esta destrucción del prejuicio es también un aval, ligado al precedente de que, meticulosa y ardiente, la gran literatura se enfoca, de forma inalienable, hacia la educación de sujetos libres. Y es en esta doble evidencia donde radica, según Vargas Llosa, su confianza en un mañana para la literatura.