Leer con el estómago
Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida
Ignacio Peyró
Libros del Asteroide
240 páginas | 17,95 euros
Antes de que degenerara en laboratorio y espectáculo, la cocina fue, entre otras cosas, un irresistible tema de conversación. Valorar la procedencia de los alimentos y los vinos, meditar sobre los distintos procesos de elaboración y modos de consumo, constituyeron desde antiguo una saludable práctica, hoy amenazada —o al menos considerada una excentricidad— por la grosera proliferación de cafés en vaso de plástico, la bollería industrial y los sándwiches precocinados, por no hablar de la cansina moda de los gastrobares, con sus reducciones al pedro ximénez, sus tataki y sus rulos de queso de cabra servidos en plato de pizarra.
A la estirpe de conversadores reflexivos en torno a una mesa bien provista pertenece Ignacio Peyró (Madrid, 1980), periodista de amplio currículo y autor de dos libros, Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa y La vista desde aquí. En esta nueva entrega, con ese título —pretérito perfecto, plural mayestático— que delata una inconsolable nostalgia, el autor se presenta como el último gourmet naufragado en una era dominada, en lo que a pucheros respecta, por la charlatanería y la vulgaridad. Perteneciente a una generación que tal vez sea “la última en conocer algo parecido a la cocina familiar”, Peyró se define a sí mismo como “tradicionalista curioso o conservador abierto”, a quien la cocina le interesa “para hablar de la vida y de los afectos”.
Eso permite al lector entrar en las páginas de Comimos y bebimos sin esa engorrosa sensación de haberse colado en un club demasiado exclusivo, del que será expulsado por un portero avisado o por el tedio en que nos sume la jerga elitista. Pero tampoco se sentirá descender a los infiernos a los que nos suelen abocar los cocineros mediáticos, tan chistosos y parlanchines. En esta gavilla de artículos breves, el madrileño quiere compartir los lugares de su memoria, los sabores evocados y los saberes adquiridos, todo salpimentado de anécdotas regocijantes y de ocurrencias contadas en una prosa impecable.
Porque, toca decirlo, uno de los grandes atractivos del volumen es ese estilo, rico y al mismo tiempo ligero y elegante, que nos invita a pensar en ese otro gran amante de la buena mesa y de los viajes por el tiempo y el espacio que es Mauricio Wiesenthal. Además de innumerables manjares regados con caldos prestigiosos, de Peyrò se puede decir, como se dice de los cantaores de precoz sabiduría, que se ha tragado a un viejo, tanto en su forma de escribir como en esa melancolía con que celebra el haber conocido en su esplendor templos desaparecidos como Currito, El Padre o Balmoral. Si Wiesenthal quiso titular sus memorias Llegar cuando las luces se apagan, Ignacio Peyrò podría aludir en las suyas al ocaso de los fogones para mayor gloria del microondas. No hace falta cumplir los cuarenta para cobrar conciencia de la magnitud del desastre, pero sí haber conocido fondas en las que la señora que guisaba todavía era más importante que el diseñador de interiores.
Sea como fuere, hay un gozo cierto en estas certeras pinceladas que también hablan de puros, de gaseosa y de turrón, de clubes londinenses, de trattorias italianas y de gasolineras con cantina, de Josep Pla y Napoleón. Si hay platos que se comen con los ojos, este es un libro que se lee con el estómago, con sumo placer y digestión liviana. Y poco importa que nunca podamos degustar una liebre à la royale o los huevos Drumkilbo, la literatura nos permite —y no es poco consuelo— saborear sus nombres y soñar con ellos.