Literatura y sentido común
El demonio de la teoría
Antoine Compagnon
Trad. Manuel Arranz
Acantilado
352 páginas | 24 euros
Aunque publicado en Francia en el año 1998, El demonio de la teoría, de Antoine Compagnon, continúa siendo un excelente compendio para navegar por el siempre borrascoso mar de las relaciones entre literatura y teoría literaria. Su claridad expositiva, su rigor intelectual y su amenidad conforman tres razones para dejarse conducir por un libro que, entre tanta digresión metacrítica, acaba por romper una lanza en favor del sentido común.
El propósito de Compagnon es revisar a qué cuestiones, implícita o explícitamente, se enfrenta todo discurso que se construya sobre la literatura. El saldo final de asuntos ineludibles es el siguiente: qué es la literatura; qué relación existe entre la literatura y el autor; la literatura y la realidad; la literatura y el lector; la literatura y el lenguaje; cómo comprendemos las tradiciones literarias en su aspecto dinámico, esto es histórico; y cómo comprendemos las tradiciones literarias en su aspecto estático, esto es valorativo. Estos siete asuntos comprometen a otras tantas grandes palabras a las que la teoría debe dar réplica: literalidad, intención, representación, recepción, estilo, historia y valor. Siguiendo un consejo de Julien Gracq (“En materia de crítica literaria cualquier palabra que imponga una categoría es una trampa”), Compagnon las analizará con sano escepticismo.
Es mérito del autor recorrer este itinerario sin que el lector se sienta desamparado por la logomaquia, y hacerlo al tiempo que, desde el inicio, pone sobre la mesa una advertencia: la actitud del literato ante la teoría literaria recuerda a la del creyente ante su fe. Se cree en la verdad de la teoría, pero se actúa como si esa fe en sus principios fuera un traje que se viste por coquetería, ganas de epatar o extravagancia. Porque lo cierto es que después de que los críticos hayan matado al autor, una vez han demostrado que la literatura y el mundo no tienen nada que ver la una con el otro, tras haber probado que todo canon es ilegítimo y habiendo advertido que cualquier interpretación literaria, al ser relativa, es igualmente válida, esos mismos críticos han continuado leyendo (y gozando) la biografía de Joyce escrita por Richard Ellmann, se han identificado con los rasgos de los personajes novelescos que demolieron en sus estudios, confiesan haber seguido como peregrinos las huellas de Beckett por las casas parisinas que habitó y se han resistido a considerar Guerra y paz como otra novela más entre el inmenso elenco de novelas que en el mundo han sido.
En resumen, lo que Compagnon pretende en su libro es reinstalar cierta cordura en una tradición, la de la teoría crítica, cuyo anhelo disolvente ha conducido a varios callejones sin salida. Y es que la verdad de la teoría nunca es total, y no puede aniquilar ciertas instancias. Por ejemplo, que alguien lee; por ejemplo, que el mundo existe. Obstinado y contumaz, el sentido común proclama un límite que, incluso sus más radicales antagonistas, caso de Barthes, Genette o Fish, han debido acatar. El hecho de que la realidad de la literatura no es teorizable por completo, hasta el punto de que, a la postre, quizá la única moral literaria plausible es, como Compagnon sugiere, la moral de la perplejidad, esa que en nombre de la teoría arroja por la ventana la grandeza de Proust, la importancia del realismo o la intencionalidad afectiva para, al regresar al salón, encontrarse al autor, al mundo y al lector felizmente instalados junto al fuego de la literatura.