Llenar el vacío
Los grandes placeres
Giuseppe Scaraffia
Trad. Francisco de Julio Carrobles
Periférica
256 páginas | 18, 90 euros
Placer como verbo significa agradar, dar gusto y como sustantivo alude al goce, al disfrute, a la diversión. Como es fácil comprobar se trata de aspectos positivos que las personas, los animales y las cosas producimos en una relación del tipo que sea siempre que se consiga esa meta casi imposible que es la felicidad. Un diccionario es un libro donde se ordenan, generalmente de manera alfabética, las palabras para ofrecernos su definición y otros aspectos que resultan interesantes. La ordenación puede ser muy variada y de contenidos plurales.
Estamos ante un texto de creación apasionante, muy bien escrito, con mucha agudeza y dominio del estilo, donde las opiniones y juicios, criterios y puntos de vista del narrador, son el hilo que todo lo conduce y que toma las referencias de los objetos y de las palabras para una búsqueda de la felicidad que termina siendo una autobiografía intelectual del propio Scaraffia. El punto de partida es el vacío, ese no lugar que invade a todos los seres humanos y que hay que llenar o creer que se llena, cada uno a su manera, cada uno según vaya usted a saber con qué.
Las causas del placer son múltiples, casi infinitas, y quiero citar algunos ejemplos. Las flores que sembraban en la primavera temprana son las mismas que Heidegger encontró en la cátedra al empezar su última clase. La estructura general es sobre una frase: “las flores dejan mensajes simples (…) pero no desdeñan los ocultos”. A continuación se cita a Breton que envió nardos a una amante con la que había roto; las rosas rojas forman parte del tópico, así la amante de Zweig, antes de abandonar al escritor, envió un ramo de estas flores a su esposa. Wilde entusiasmó a la poco impresionable Sarah Bernhardt, lanzando a sus pies un ramo de lirios, la flor más bella, por inútil, como los pavos reales.
La motocicleta provocó el entusiasmo de Hemingway que disfrutaba como un niño al subir las cuestas a ochenta por hora. Para los poetas futuristas la máquina es “dios de una raza de acero” que se lanza al “Infinito liberador”. T. E. Lawrence corría por la noche hasta las pirámides y allí leía. Es conocido el valor mítico de la Harley, que se ha definido como: “el último ejemplar de los grandes caballos fúnebres de los siglos pretéritos”. El deporte ha despertado hasta no hace mucho recelos en los artistas, hoy es todo lo contrario. Shaw afirmó: “El único deporte que he practicado es la caminata, siguiendo el cortejo fúnebre de mis amigos deportistas”. Morand con ochenta años hacía una hora de gimnasia al día y montaba a caballo.
La maleta, un mundo, nombre de un modelo concreto, pequeño y de gran capacidad. La maleta en los cuadros de Toral, el viaje en la esperanza de su contenido, la selección de todo aquello que nos resulta imprescindible. La Bernhardt para un viaje a América llevaba veinticuatro maletas con quinientos cincuenta trajes y doscientos cincuenta pares de zapatos. ¡Es que allí no hay de nada!