Maestro Stevenson
Escribir. Ensayos sobre literatura
Robert Louis Stevenson
Trad. Amelia Pérez de Villar
Páginas de Espuma
448 páginas | 25 euros
Borges solía repetir que se consideraba un lector antes que un escritor, y que se sentía mucho más orgulloso de sus lecturas que de sus escritos. El volumen que nos ocupa, exquisitamente reunido y traducido por Amelia Pérez de Villar, atestigua que Robert Louis Stevenson (1850-1894), uno de los nombres propios más queridos por Borges, pensaba de forma parecida al maestro argentino. También el escocés reivindicaba el acto de leer como requisito imprescindible para exhibir con pleno derecho la condición de ser humano y, desde luego, una de las especificidades de esa condición, la del escritor. Sin el acto previo de la lectura no es viable el de la escritura. Todo eso nos lo muestra Stevenson en estos veinticuatro ensayos redactados entre 1874 y 1894.
Aquí están todas las claves precisas para adentrarse en el universo literario del inventor de La isla del tesoro. Nos enteramos, por ejemplo, de su devoción por Alejandro Dumas (“tal vez mi mejor y más querido amigo, aparte de Shakespeare, sea el viejo D’Artagnan de El vizconde de Bragelonne”), por Las mil y una noches (que homenajeó en su preciosa colección de relatos The New Arabian Nights), por los Ensayos de Montaigne, el Evangelio según San Mateo, las Hojas de hierba de Walt Whitman, El egoísta de George Meredith (el maestro de Wilde), las novelas de Víctor Hugo, los cuentos de Edgar Allan Poe, la escritura (así, en abstracto) del gran Goethe, las poesías de François Villon, la Vida de Samuel Johnson de Boswell o las Meditaciones de Marco Aurelio. Muchas otras obras salen a relucir en las más de cuatrocientas páginas del libro —ninguna española, por cierto—, pero solo con esos mimbres citados podría ya confeccionarse un cesto de verdadero ensueño, que es en lo que se han convertido los opera omnia de Stevenson para sus fans. Con los dedos de la mano podrían contarse los clásicos de la literatura decimonónica que han llegado hasta el siglo XXI en el estado de frescura y de plena vigencia con que se presenta a nuestros ojos de ávidos lectores posmodernos la obra del autor de Jekyll y Hyde.
A Stevenson comienza a leérsele cuando uno es casi un niño, y entonces la inmersión en la apasionante peripecia de lo narrado supera con creces, en el plano de la experiencia lectora, al aplauso consciente de la pericia estilística del narrador. Luego acaso se inviertan los motivos de placer que concurren en el contacto con su obra, pero no cabe la menor duda de que siguen actuando a lo largo de toda nuestra vida, desde la adolescencia a la ancianidad, inundándola de esa alegría que solo la lectura de los mejores clásicos, antiguos o modernos, proporciona a quien se acerca a ellos con un ápice de sensibilidad. Robert Louis Stevenson imprime carácter en quien lo lee, el carácter indeleble de la complicidad. Prueba de ello son, por ejemplo, dos de los mejores ensayos presentes en esta recopilación: “Cotilleos sobre la novela romántica” y “Una humilde protesta”.
En el primero de ellos R. L. analiza el nacimiento y desarrollo de la novela romántica, con su paisano Walter Scott como fundador, planteada en términos de pura narratividad, sin mediatizaciones morales de ningún tipo. En el segundo, polemiza con el plúmbeo Henry James, que criticaba la pertinencia universal de Treasure Island alegando que “él también había sido niño y nunca se había embarcado en busca de un tesoro enterrado”. A ello responde Stevenson: “Salvo Mr. James, nunca ha habido un niño que no haya buscado un tesoro enterrado, que no haya querido ser pirata en el océano o bandido en las montañas.” Ahí queda eso.