Memorias de un maldito
El sabbat. Recuerdos de una juventud tormentosa
Maurice Sachs
Trad. Lola Bermúdez Medina
Cabaret Voltaire
480 páginas | 23,95 euros
Nacido en París el 16 de septiembre de 1906 como Maurice Ettinghausen, de familia alsaciana judía, y fallecido treinta y nueve años después, el 14 de abril de 1945, en la carretera de Hamburgo a Kiel, cerca de Neumünster, la enjundia literaria de Maurice Sachs se ha ido consolidando más y más en los últimos años, pese a las muchas reticencias que suscita su persona. En efecto, Maurice, tal y como nos refiere él mismo en sus memorias de juventud, publicadas ahora por primera vez en castellano, no era precisamente un modelo de conducta a imitar, pues actuó siempre en la vida de una forma claramente desvinculada de cualquier atisbo ético, pendiente solo de satisfacer sus pulsiones narcisistas. Ello nos conduce, como en el caso de estalinistas confesos como Brecht o Neruda, o de fascistas convencidos como Ezra Pound, al viejo dilema acerca de la pertinencia o no de analizar la obra artística desde una perspectiva moral o ideológica. La respuesta, a mi entender, solo puede ser esta: se trata de un falso dilema, pues el arte —y la literatura lo es en grado sumo— no admite prejuicios de ninguna clase, ya que opera con variables de calidad objetiva y de valor intrínseco, que en el caso de Sachs puntúan muy alto, dado el brillo excepcional de su prosa.
Instalado en una Francia deslumbrante de genios y de ingenios a los que fue tratando desde edad muy temprana con asiduidad, como es el caso de Jean Cocteau y de André Gide, Maurice Sachs, como Proust, encontraría su razón de ser en la escritura, por mucho que coqueteara en su segunda adolescencia con una aparatosa conversión al catolicismo, fruto de su amistad con Maritain, e incluso que ingresara por algún tiempo en un seminario (y hasta que se casara en los Estados Unidos por el rito presbiteriano con la pobre Gwladys Matthews, él, que exhibió siempre su homosexualidad sin tapujos ni paños calientes, lo que es digno de aplauso en la época homófoba que le tocó en suerte). La necesidad de escribir, de ver el mundo a través de la literatura, se revelaría en las páginas y páginas manuscritas que rellenó, con letra menuda y nerviosa, durante el tiempo que pasó en el campo de concentración alemán de Fuhlsbüttel, poco antes de su tránsito al otro mundo, facilitado por un tiro en la nuca que le descerrajó un oficial de las SS al comprobar que su extenuado prisionero no podía seguir caminando. Decía Pessoa que el poeta es un fingidor, y Sachs, que desconocía la frase del poeta portugués, ofició a lo largo de su paso por la primera mitad del siglo XX como fingidor máximo de las letras francesas, a la manera de ese cómico idiota del que habla Shakespeare en su Macbeth (acto V), cuando reduce la existencia del ser humano a un mero decorado que nada significa.
Sachs es un representante cualificado del nihilismo que, partiendo de autores como Shakespeare, teñiría de angustia la literatura inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, con movimientos estéticos como el teatro del absurdo o el nouveau roman, tan cerca siempre del abismo. Lo demuestran las páginas de El sabbat, un libro de memorias que tenía dispuesto para la imprenta en 1939 y que no vería la luz hasta 1946, cuando su autor ya estaba muerto. Los buenos oficios del Instituto Municipal del Libro de Málaga y de la editorial madrileña Cabaret Voltaire han hecho posible que, nada menos que sesenta y nueve años después, viera la luz un libro tan terrible y tan bello en la lengua de Cervantes, merced a una excelente traducción castellana de la catedrática Lola Bermúdez Medina. La introducción, tan erudita como amena, se extiende a lo largo de más de medio centenar de páginas y ha corrido a cargo del poeta y novelista Alfredo Taján, uno de los mejores conocedores de la persona y de la obra de Maurice Sachs con que contamos en España.