El origen de las ideas más brillantes
Teoría de la creatividad
Jorge Wagensberg
Tusquets
288 páginas | 19 euros
En un mundo donde los que pertenecemos a las humanidades nos quejamos a menudo del analfabetismo ambiental (y funcional) sobre cuestiones culturales que consideramos básicas, quienes pertenecen al ámbito de la ciencia apenas se quejan del analfabetismo ambiental (y funcional) sobre cuestiones científicas básicas. La mayoría de los escritores que nos llevamos las manos a la cabeza por textos mal escritos sudaríamos toda la tinta que producimos para resolver una simple ecuación de segundo grado o una raíz cuadrada. En tiempos de hiperespecialización, cuando las admoniciones de José Ortega y Gasset y de la Escuela de Frankfurt hace tiempo que fueron superadas por la realidad, hacen falta puentes entre los cada vez más estancos campos del conocimiento. Jorge Wagensberg (Barcelona, 1948) es una de las pocas figuras que aún hacen honor a la tradición humanista (no humanística) y pueden saltar con comodidad de la ciencia más vanguardista al arte más ensimismado sin hacer el ridículo en ninguno de los dos territorios.
Quizá Teoría de la creatividad sea un título demasiado ambicioso para un trabajo de divulgación y síntesis como el que acaba de presentar el físico y ex director de CosmoCaixa, pues más que una propuesta o una solución, lo que propone el autor es una aproximación muy amena, plural, desprejuiciada y divulgativa a un problema complejísimo que lleva obsesionando a los filósofos y teóricos de la estética desde Platón. Lo interesante de este libro no es la conclusión, sino los muchos caminos y desvíos que propone. Indagando en el origen de las ideas en la ciencia y en el arte, saltan infinidad de ideas interesantes, como si Wagensberg quisiera predicar con el ejemplo y trascender su papel de divulgador o romper el marco de la reflexión sobre la creatividad para ejercerla en la práctica.
El ensayo se articula en tres bloques: seleccionar, buscar y conocer. Partiendo de una distinción entre ideas naturales y culturales, plantea la creatividad como una característica propia de la especie homo sapiens, que, siguiendo la lógica de la teoría evolutiva, le permitió dominar el mundo y erigirse en la única especie homo superviviente a pesar de no ser la más fuerte ni la más inteligente (al menos, en términos de volumen craneal).
Wagensberg salta de la ciencia al arte y del arte a la ciencia, pues las considera las dos formas de conocer el mundo más elaboradas. Su premisa es: “La grandeza de la ciencia es que se puede comprender sin necesidad de intuir y la grandeza del arte está en que puede intuir sin necesidad de comprender”. Son, por tanto, formas de conocer complementarias que aplican métodos distintos, pero necesitadas ambas de personalidades excepcionales, capaces de trascender y romper la tradición. El autor cree que la innovación es posible en parte gracias a los intrusos que irrumpen en un campo que no es el suyo, pero en el que pueden aportar visiones, intuiciones y soluciones novedosas al no haber sido educados en el respeto a los maestros y a la inercia del pasado.
Es lógico que Wagensberg suene más convincente cuando explora ejemplos de científicos como Lynn Margulis, madre de la teoría de la simbiogénesis, y que su juicio parezca más matizable cuando se explaya sobre el arte, pero hay un capítulo dedicado a Bach que amerita por sí solo la lectura de todo el libro. El acercamiento a la génesis de su genialidad, a través de una de sus composiciones emblemáticas, la chacona, es digno de los mejores ensayos sobre música que he leído.
No estaría mal complementar la lectura de este estimulante libro con la de Un pie en el río, de Felipe Fernández-Armesto, donde algunas de las ideas sobre cultura y evolución de Wagensberg encuentran un eco inesperado.