Psicología de las trincheras políticas
La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata
Jonathan Haidt
Trad. A. García Maldonado
Deusto
494 páginas | 21,95 euros
La genética divide a los seres humanos entre los que encuentran placer en la búsqueda de la novedad y la diversidad, y quienes son especialmente sensibles a la amenaza exterior y se sienten a gusto dentro de una cohesión comunitaria real o imaginada, llena de buena gente que se ha ganado lo que tiene.
Es la división entre la izquierda y la derecha, según un libro del psicólogo Jonathan Haidt, La mente de los justos, que tuvo un gran impacto en el ámbito anglosajón cuando se publicó en 2012, ya con la maquinaria de la agresión verbal contra el enemigo como instrumento cotidiano de los políticos, y que ahora llega a España en un panorama igual de desquiciado.
Haidt supone que todas las personas juegan en una área o en otra dentro del campo de la política, y añade que si bien la genética inclina a la elección por uno u otro equipo, la camiseta se la pone uno después de haberse expuesto a los factores ambientales. Dos mellizos que ingresan en un colegio con una disciplina tradicional, autoritaria, pueden resolver su situación de maneras opuestas, bien adaptándose e incluso encarnando sus valores, o rebelándose contra ella. Si quien se rebela no hubiera entrado en semejante sistema disciplinario, quizá su actitud ante la autoridad habría sido otra. Pero, como lo hizo, tenderá a alinearse con la izquierda mientras que su mellizo, integrado con el orden establecido, lo hará con la derecha; en un régimen democrático, habría que añadir.
Es un enfoque psicológico cuyas conclusiones se inspiran en las encuestas realizadas por Haidt y por sus colegas y colaboradores. De ellas deduce que los fundamentos morales de la política se basan en el valor que atribuyamos al dolor de los vulnerables, al castigo de los tramposos que se benefician de la cooperación y el trabajo de los demás, a los sentimientos de lealtad y traición, al respeto por la tradición y la tendencia a la subversión, a la consideración por los símbolos.
Si la izquierda solo pone en juego los dos primeros ejes, el cuidado de los menos favorecidos y la equidad, la derecha articula todos en un mismo discurso que exige protección frente al enemigo externo e interno, critica a los que viven del Estado amamantador, exalta las patrias y el principio de autoridad, y venera el sentimiento religioso como aglutinante comunitario.
La derecha tiene más sex appeal porque juega todas esas bazas, según Haidt. Se lo intentó decir a los demócratas cuando John Kerry perdió contra Bush, pero no le hicieron caso. No obstante, luego ganó Obama con un discurso universalista y lleno de buenos sentimientos, además de algún razonamiento. Después perdió el poder la denostada Hillary Clinton, aun cuando sacó 2,7 millones de votos más que Trump. Evidentemente, los republicanos no siempre ganan.
Haidt, que subtitula su libro Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, resalta el cariño de los votantes sensatos —y no sensatos, añadiríamos— por la autoridad y el orden, y la desconfianza que suscitan aquellos que no son como nosotros, sean o no de la tribu, es decir, sean extranjeros o personas que no dan la talla moral medida por este rasero. No defiende que los políticos deban aprovechar estos sentimientos profundos para lanzar sus mensajes divisorios e inflamables. Pero, si son eficaces y si de conseguir el poder se trata, ¿por qué no? ¿O es que hay algo más?
Si hacemos caso a Haidt, esa idea fantástica de los politólogos según la cual el ciudadano deposita su voto como expresión de un juicio sobre el grado de cumplimiento de las promesas de los políticos, se disuelve como un azucarillo en el agua en el amplio campo semántico de la palabra prejuicios.