Shakespeare sí, ‘ma non troppo’
El mundo, un escenario
Shakespeare: el guionista invisible
Jordi Balló y Xavier Pérez
Anagrama
248 páginas | 18, 90 euros
Este ensayo de los profesores de comunicación y narrativa audiovisual Jordi Balló y Xavier Pérez tiene el indiscutible encanto de hechizar al lector, pese a posibles reparos parciales. Resumiendo muy esquemáticamente este poliédrico libro, su intención sería rastrear y catalogar la larga sombra de Shakespeare en la ficción audiovisual reciente (cine y series televisivas). Si en la parte cinematográfica es difícil discrepar, pues El mundo, un escenario recorre clásicos innegables, en el caso de las series, aun sólo por cercanía temporal, el resultado a veces puede parecer atrevido: “George Anastasia tituló un artículo muy citado ‘Si Shakespeare estuviera vivo, escribiría para Los Soprano’; nosotros preferimos matizar que si Shakespeare no nos hubiera regalado su teatro hace ya cuatro siglos, nadie podría escribir Los Soprano con los poderosos recursos narrativos de que hace gala esta ficción”.
Uno de los aciertos del libro es revisitar, gracias a sus hábiles divisiones temáticas o estructurales (el villano excesivo, el triángulo amoroso, la circularidad), parte de la cinematografía más respetada: los autores realizan fabulosos recorridos por películas perdurables, por lo común utilizando ejemplos míticos (solo eché de menos, al abordar los soliloquios de los villanos, el del Monsieur Verdoux de Chaplin y al protagonista-narrador de Uno de los nuestros de Scorsese). Y eso lleva a plantear una cuestión: ¿qué pasará, dentro de unos lustros, con las series televisivas mencionadas? ¿Será su duración en el recuerdo la misma que las películas de Hitchcock o Godard? Parece difícil, pero quién sabe.
Una posible crítica al ensayo es que a veces parece forzar los argumentos para que todo conduzca, fatalmente, a Shakespeare: da igual que la técnica del in media res se remonte a la Antigüedad (v. gr., la Odisea), para Balló y Pérez cualquier narración que comience mediada la historia tiene antecedentes isabelinos. Da igual que el culto y muy avisado David Simon declare explícitamente que no sigue el modelo shakespeariano: Balló y Pérez lo corrigen —sí, a David Simon— y dicen que sus tramas corales siguen un patrón “que no puede ser otro que el isabelino”. No sirven los hondos discursos de conciencia de Edipo, Antígona o Segismundo: cualquier monólogo elevado no puede ser más shakeaspeariano. Da igual que Anna Karénina no sea “democratizadora y pluralista”, Guerra y paz permite a los autores sentenciar que Tolstoi no pudo escapar a la influencia de Shakespeare. Quizá el problema surja al no distinguir los autores entre intertextualidad e influencia, entre el homenaje y la inspiración constructiva, siendo cosas distintas. Una cosa es hacer “un guiño” a una obra de Shakespeare (en obras de ciertos cineastas, como Tarantino o Godard, puede haber decenas de guiños u homenajes a otros tantos filmes), y otra utilizar la obra shakespeariana como modelo estructural compositivo. Por eso sorprende que tras The Big Bang Theory vean la sombra de El sueño de una noche de verano (p. 132). ¿No es más fácil que el modelo sea otro, como Wilde, o Shaw, o —por ponernos pedantes— la comedia erudita renacentista?
Estas discrepancias no son ataques al libro, sino conversación surgida por su causa; El mundo, un escenario no procura más que felicidad lectora porque es inteligente y vario, porque invita a releer a Shakespeare de nuevo, y porque nos trae a los ojos de la memoria películas y escenas que son parte indisoluble de quienes somos.