Silvina ante el espejo
La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo
Mariana Enriquez
Anagrama
192 páginas | 17,90 euros
Yo no quiero que me respeten. Yo quiero que me quieran”. Deseos, ruegos, necesidades. La mirada que lanza la escritora argentina Silvina Ocampo desde la portada de La hermana menor invita a la aventura. La aventura de descifrar el código secreto que anidaba en ella, fruto maduro e imprevisible de una vida en la que estaba prohibido el conformismo y la mediocridad. Y lo explícito. ¿Puede entrarse en ese laberinto íntimo solo con las pistas que dejó la propia obra de Silvina y los destellos de proximidad de quienes la trataron? Mariana Enriquez, una autora que ha dejado bien claro que se encuentra a gusto en territorios de sombras, se atreve a intentarlo. Y su éxito es inapelable: cruzado el umbral de la última página, la mirada de Silvina Ocampo sigue siendo secreta pero ya no es esquiva. Nos interpela, y nos conmueve.
Ocampo fue una de las figuras literarias más singulares, enigmáticas y turbadoras de la literatura en español. Su talento no siempre tuvo la acogida que se merecía y los avatares de su vida privada actuaron a veces de cortafuegos para que su incendiaria propuesta alcanzara el justo reconocimiento. Ahí es nada: esposa de Adolfo Bioy Casares, y por lo tanto amiga muy cercana de Jorge Luis Borges, ese invitado de honor diario en casa a la hora de cenar. Un material suculento para merodear la privacidad de dos titanes de las letras en los que la mirada de Silvina, nuevamente su mirada, adquiría la condición de vigilante espectadora de lujo. Es esa condición de testigo excepcional de la relación entre dos escritores que vivían el uno para el otro lo que hace de La hermana menor no solo un libro extraordinario como biografía y ensayo, sino también una ventana abierta a espacios cerrados donde se conoce mejor a una pareja genial de amigos del ama y también algunas claves que ayudan a entender más algunos aspectos de sus obras. Silvina, en cualquier caso, no necesita de apoyos externos para resultar una figura fascinante por todo lo que se encuentra en sus textos de costuras siempre tensas y, también, por su propia experiencia como mujer de amores esquinados, romances prohibidos sobre los que cuelga la soga del rumor, sus dones paranormales y sus colisiones con personajes del calibre de Victoria Ocampo: la hermana mayor.
La familia, sí. Todo empieza ahí: la familia y su entorno. La infancia, patria de todos los estigmas, inspiraciones y recovecos emocionales. Hija de una familia aristocrática, Silvina Ocampo encontró en sus primeros años de existencia material de sobra para alimentar su futura obra literaria: sus contactos con la pobreza, la muerte a traición de un ser querido, los primeros contactos con el sexo, la formación lenta y precisa de una personalidad de fortaleza calculadora y calculadas debilidades. Enriquez abre los cajones de la memoria y en ellos encuentra una bibliografía extensa que pide a gritos alguien que vaya más allá de la recopilación y el análisis: alguien que sepa leer entre líneas y sea capaz de hurgar en heridas intuidas, de estirar los pliegues de lo explícito para encontrar restos de oscuridad. Silvina Ocampo, mujer oculta y mujer rota y mujer incandescente, era alguien que se respetaba demasiado a sí misma como para no reprimir nada que pudiera surgir de su avasalladora imaginación. Febril fantasía que se extiende por sus historias tan llenas de niños a los que han privado de la inocencia cuando más la necesitaban. Cuentista sin corsés ni grilletes, Silvina Ocampo es una golosina para escritoras atraídas por el reflejo de una Scheherezade seductora y seducida ante el espejo donde conviven, en revoltosa armonía, el escalofrío, la sonrisa y la desesperación. Silvina ante el espejo. Su mirada aguarda.