Sombras de Camus
El vacío elocuente. Ensayos sobre Albert Camus
José María Ridao
Galaxia Gutenberg
160 páginas | 18 euros
El título de este ensayo (o colección de ensayos, algunos ya publicados en otras versiones) procede de una cita profética de uno de los títulos mayores de Albert Camus, El mito de Sísifo, en la que reflexiona sobre las veces en que alguien responde “nada” cuando le preguntan qué está pensando: “Si la respuesta es sincera, si obedece a ese singular estado del alma en el que el vacío se vuelve elocuente, la cadena de gestos cotidianos se rompe y el corazón busca en vano el eslabón que la reanude”. Digo que es profética porque se publicó en 1942 y anticipa uno de los reproches más persistentes que le hicieron sus detractores: su silencio en la guerra de Argelia, que estalló en 1954. Camus intervino una sola vez, en 1956, para reclamar una tregua sobre la población civil, por motivos de pura humanidad. Y, después, calló. A pesar de ser de Argel. A pesar de estar en contra de la independencia paro también de la discriminación de los árabes. A pesar de ser uno de los franceses-argelinos que más cosas tenían que decir sobre el asunto, murió en 1960, en aquel célebre accidente, sin haberse pronunciado. Muchos lo atribuyeron a la cobardía o al posibilismo, pero José María Ridao (Madrid, 1961) prefiere ese vacío elocuente de El mito de Sísifo, un sentido profundo de la dignidad y la decencia que rastrea en otras figuras contemporáneas de Camus, como Manuel Azaña.
Pero no es este volumen la enésima hagiografía del autor de La peste. Tampoco su condenación crítica. Ridao, que ha consagrado parte de su obra a situar en su dimensión humana e intelectual a Camus, no lo presenta como el cobarde burgués que pintó Jean-Paul Sartre ni como el santo intocable que se divulga desde hace años. Su visión es la de un escritor magistral, un filósofo audaz y un hombre decente.
Ridao parte de la forma en que se alteró la imagen de Albert Camus en 1994, cuando se publicó su novela póstuma e inacabada, El primer hombre, en la que desvela todas las claves autobiográficas del resto de sus libros: su infancia paupérrima en Argelia, su orfandad como hijo de soldado muerto en la guerra del 14 y su devoción por una madre analfabeta que solo se entretenía mirando por el balcón. Camus se convirtió así en una voz de los sin voz, alguien armado de todas las razones vitales.
El otro núcleo sobre el que orbita El vacío elocuente es la ruptura entre Sartre y Camus a propósito de la publicación de El hombre rebelde en 1951, que motivó un intercambio de artículos durísimos en los que Sartre no se contentó con llamar servil y burgués a su hasta entonces amigo, sino que lo llamó ignorante, acusándole de no comprender rudimentos filosóficos debido a su autodidactismo.
Ambas visiones, dice el autor, son complacientes y simplificadoras. Si Sartre no entendió (o no quiso entender) la hondura y la originalidad del pensamiento de Camus, sus hagiógrafos actuales, tampoco, pues ponen el acento en sus orígenes pobres como fuente de su postura moral. Es decir, que si Camus acertaba al oponerse a la bomba atómica, a los campos soviéticos y a la violencia de Argelia, no fue por mérito intelectual. Frente a ellos, Ridao vindica al Camus pensador, dueño de una visión valiente y audaz, que no se libró de contradicciones e incongruencias, pero que, desde luego, no fueron las de Sartre y los defensores intelectuales del totalitarismo y la violencia.
El vacío elocuente invita a un acercamiento desprejuiciado a una de las figuras intelectuales más grandes del siglo XX, cuyas ideas apelan a la sensibilidad contemporánea por sí mismas, sin necesidad de beatificar a su autor.