¿Soy un inútil?
Trabajos de mierda
David Graeber
Trad. Iván Barbeitos
Ariel
432 páginas | 21,90 euros
Sirve para algo mi trabajo? Es una pregunta inquietante a la que muchas personas bien pagadas han respondido que no, según explica David Graeber en su último libro, Trabajos de mierda. En él hace una lista de profesiones que entrarían en la categoría de inútiles: “consultores de recursos humanos, coordinadores de comunicación, investigadores de relaciones públicas, estrategas financieros, abogados corporativos o el tipo de gente (muy conocida en contextos académicos) que se pasa el tiempo en comités debatiendo el problemas del exceso de comités”.
Salvo los últimos, que no tienen remedio, habría que preguntarse por qué los anteriores han sido incluidos en la lista. Básandose en testimonios directos y en una encuesta de YouGov, Graeber responde que muchos de los citados lo sienten así y piensan que no hacen nada productivo. Décadas después de que Keynes predijera la radical reducción de horas laborales debido al progreso tecnológico en Las posibilidades económicas de nuestros nietos —conferencia pronunciada en la Residencia de Estudiantes de Madrid el 10 de junio de 1930—, la gente sigue metiendo horas sin un claro propósito y con la mala conciencia de que podrían haber salido mucho antes, aunque por distintas razones ni lo han hecho ni lo van a hacer.
En su libro, de una gran repercusión internacional, Graeber utiliza dos criterios distintos para medir la utilidad de estos empleos ficticios, su valor social y su eficacia, a los que se añade la visión subjetiva del propio rendimiento. Examinado por su aportación al bienestar social, habrá quien piense que la contribución de un “estratega financiero” es nula o negativa. Promueve inversiones en un sistema de continua compraventa de acciones, divisas, seguros y otros productos derivados que no tienen conexión con la economía real, precisamente la del trabajo, y por tanto restan riqueza al mundo de la vida concreta de la mayoría.
Otra cosa distinta es la utilidad económica y la eficacia. Un gestor financiero no es un carpintero que hace muebles que sirven para almacenar cosas con orden. Pero imaginemos que uno tiene un plan de pensiones. Si las ganancias suben, ¿cómo escatimarle los adjetivos de útil y eficaz? Y si bajan, más que un inútil sería un chapucero. Otro tanto podría decirse de los profesionales de relaciones públicas, que asocian un producto con las personas que pueden determinar su éxito o su fracaso. Por no hablar de los abogados corporativos, que en una economía del riesgo y de los continuos cambios legislativos tienen trabajo a paladas.
La eficacia tiene ahora distintos ámbitos de aplicación dentro del capitalismo, que ya no solo es productivo sino también financiero y comunicativo, y así depende tanto de las inversiones o desinversiones y de los rendimientos esperados según unos plazos determinados como de los relatos con los que se las quiera justificar. En todas esas variedades capitalistas hay “trabajos de mierda” que Graeber detecta con perspicacia. Por ejemplo, hay jefes que necesitan subordinados porque eso justifica su jefatura y abona el sentimiento que ellos tienen de la misma como señor de vasallos, aunque estos tengan poco que hacer.
Luego están las tareas basura, una plaga que si no la paramos nos acabará comiendo a todos. En este terreno, Graeber da lo mejor de sí mismo. Todos sabemos de alguien, quizá nosotros mismos, que para pedir un boli en su empresa o en su oficina administrativa tienen que rellenar un formulario en su ordenador y esperar su aprobación. Los médicos se quejan de que en vez de tratar enfermos emplean más de mitad de su tiempo escribiendo informes que luego alguien lee, o no.
El absurdo burocrático crece. Y muchas veces posibilitado y propiciado por la tecnología, la misma que iba simplificar los procesos. Si la burocracia se pintó con toneladas de papel, ahora habría que revisar el cuadro y añadirle cables y repetidores de ondas.