Un arca de palabras
Días felices. Aproximaciones a ‘El jardín de las delicias’ de Francisco Ayala
Carolyn Richmond
Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2018
Fundación José Manuel Lara
268 páginas | 19,90 euros
En un mercado tan ávido como el del libro, la memoria de los grandes escritores se vuelve cada vez más frágil. Las librerías parecen condenadas a ser simples escaparates de novedades antes que establecimientos de fondo, y la atención de los lectores sujeta al capricho de las campañas promocionales, de modo que nadie tiene asegurada la pervivencia en sus anaqueles. En ocasiones, autores que han gozado del favor del público y la crítica, que han recibido premios importantes e incluso adquirido fama como personajes públicos, se precipitan al olvido en pocos años.
El granadino Francisco Ayala tuvo una vida lo bastante larga y fecunda como para conectar con varias generaciones de lectores. Primero, se dio a conocer como joven promesa con títulos vanguardistas como El boxeador y un ángel (1929) o Cazador en el alba (1930), sin olvidar aquella Indagación del cinema (1929) que supuso el primer libro sobre el cine publicado por un escritor español. Luego, tras el estallido de la Guerra Civil, donde fue encarcelado y asesinado su padre, llega el exilio y un silencio de siete años que, andando el tiempo, daría pie a todo tipo de inoportunas especulaciones.
París, La Habana, Chile, Buenos Aires, Río de Janeiro, Puerto Rico, son las escalas de un periplo que va a revelar al brillante ensayista de Historia de la libertad (1943), Razón del mundo (1944) o Tratado de Sociología (1947), entre otros, pero también al narrador, ya mucho más maduro, de La cabeza del cordero (1949) o Muertes de perro (1958), su aportación a la abultada estirpe de los dictadores latinoamericanos de ficción. Lejos de vivir el exilio como una experiencia trágica, por más que lamentara el destino de su país, Ayala aprovecha la coyuntura para crecer como ser humano e intelectual, incluyendo un largo e intenso peregrinaje por universidades americanas. Muerto el dictador Franco, su regreso a España en 1976 supone el reencuentro con unos paisanos que apenas iban a empezar a redescubrirlo. Desde ese momento y hasta la celebración, en 2006, de su centenario —que él mismo presidió con asombrosa vitalidad—, asistimos al rescate y revalorización de la obra ayaliana a través de múltiples reediciones, ediciones críticas, facsímiles y estudios. Tan merecido despliegue de atención podía invitar a proclamar que, tras más de cuatro décadas de distancia física de sus compatriotas, la obra y la memoria de Ayala quedaban, por fin y para siempre, a salvo. Murió tres años después, colmado de reconocimiento y con casi toda su producción asequible en librerías.
Todos los esfuerzos son pocos para evitar que los maestros se precipiten en el olvido; y aún más, se impone la necesidad de leer y releer los textos de antaño a la luz de los tiempos actuales, interrogarlos desde el presente y al mismo tiempo dejar que nos planteen nuevas cuestiones, nuevos desafíos. A ese propósito dedica Carolyn Richmond Días felices. Aproximaciones a ‘El jardín de las delicias’ de Francisco Ayala, el libro con el que conquistó el premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos en su última edición.
Catedrática emérita de Literatura Española de la City University of New York, académica correspondiente de la RAE, especialista en Clarín y Gómez de la Serna, Richmond fue esposa de Ayala desde 1999, pero desde mucho antes era una aguda conocedora de la labor del granadino. Nadie como ella para proponer un regreso a dicha obra y para invitar a los nuevos públicos a acercarse a su prosa.
Para ello, podría haber escrito una aproximación a esa obra escrita a caballo entre dos continentes que siempre guardó una curiosa coherencia temática y estilística; sin embargo, ha preferido centrar su esfuerzo en El jardín de las delicias (1971), por ser quizá su título más logrado, el más personal sin duda, y el que supone un compendio de todo el universo ayaliano, de sus intereses y preocupaciones.
Richmond, lectora privilegiada por la cercanía cómplice del autor, desgrana pacientemente las múltiples claves de ‘El jardín de las delicias’, desde los motivos recurrentes (los espejos, el sueño y la realidad, los diálogos, el tiempo, el arte, la vida como viaje…) hasta sus diversos guiños y tributos a los clásicos (de ‘La Odisea’ y ‘El Quijote’ a ‘La Divina Comedia’)Medio siglo de trabajo llevó a Ayala componer este “arca de palabras” que toma su título de la más célebre pintura de El Bosco, y que, como en esta, se reflejan los extremos de la vida, el cielo y el infierno, la luz y la sombra, el amor y la muerte, lo sagrado y lo profano. Una recopilación de piezas breves “como los trozos de un espejo roto”, decía su autor, que, como le sucedía a aquel personaje de su amigo Borges que se proponía la tarea de dibujar el mundo, “pese a su diversidad, me echan en cara una imagen única, donde no puedo dejar de reconocerme: es la mía”.Recuerdos personales, ficticios recortes de prensa, notas de diario, apuntes y reflexiones agavillados en una prolija obra en marcha; obra fragmentaria, esquiva a cualquier clasificación, que alguna vez fue etiquetada como posmoderna, pero que a la postre juega a fundir y confundir lo antiguo y lo moderno. Todo se articula en ella a través de dos partes, “Diablo Mundo” y “Días Felices”, que vienen a componer un díptico armónico y complementario, reflejo del proteico y vertiginoso mundo contemporáneo.
Richmond, lectora privilegiada por la cercanía cómplice del autor, pero también por un dominio claro de su bibliografía, desgrana pacientemente las múltiples claves de El jardín de las delicias, desde los motivos recurrentes (los espejos, el sueño y la realidad, los diálogos, el tiempo, el arte, la vida como viaje, la belleza…) hasta sus diversos guiños y tributos a los clásicos (de La Odisea y El Quijote a La Divina Comedia o la Biblia), sin olvidar las conexiones con otras referencias de su propia bibliografía, especialmente sus fundamentales Recuerdos y olvidos (1906-2006).
Así, repasando pieza por pieza, al tiempo que la estudiosa proporciona un mapa para moverse por este territorio literario, un llavero para tantear las cerraduras del arca ayaliana, se pone de manifiesto su insólita riqueza y complejidad, la de un texto de aliento autobiográfico que no renuncia a la ficción. “La biografía de un escritor consiste en sus escritos”, aseveraba Ayala, e incluía entre estos aquellos “donde vierte su recóndita intimidad o despliega sus más fantásticos ensueños”.
Cuenta Richmond que, al final de su dilatada vida, Francisco Ayala solía repetirle: “Cuando yo muera, tú serás libre”. Este libro es un emocionante ejercicio de lealtad, de compromiso con la salvaguarda de un precioso legado, y a la vez la obra de una lectora rigurosa, gozosamente libre.