Un sofisticado mentiroso
La cacería
Maurice Sachs
Trad. Lola Bermúdez Medina
Cabaret Voltaire
224 páginas | 18,95 euros
Maurice Sachs, nacido Maurice Ettinghausen, de familia alsaciana judía, vio su primera luz en París el 16 de septiembre de 1906. Moriría, el 14 de abril de 1945, en la carretera de Hamburgo a Kiel, cerca de Neumünster, víctima de una bala alemana (él, que tanto había coqueteado con el nacionalsocialismo tudesco). En El sabbat, primer volumen autobiográfico de Sachs, referido con exclusividad a sus memorias de juventud, se nos desvelaba ya el inquietante narcisismo de su protagonista, privado del más mínimo sentido moral y dominado por los impulsos del más desbocado de los egoísmos. En esta segunda parte de su autobiografía, La cacería (La Chasse à courre), Sachs narra los años que pasó en el París ocupado por los nazis, esa absurda y brillante ville-lumière entenebrecida por la niebla nocturna de las botas de la Gestapo. Asistimos, como en El sabbat, a un despliegue de las astucias y de las ínfimas pasiones de Sachs en medio de un paisaje ciudadano que, por una parte, se resigna a la derrota, y, por otra, arriesga su vida para revertir el signo de los acontecimientos y recobrar la dignidad perdida.
Pero aquello que ocurre en el exterior de las páginas del libro —los hechos históricos que se desenvuelven en la realidad circundante— no pasa de ser mera anécdota sin importancia si lo comparamos con lo que sucede dentro del tomo, en la hipnótica y resplandeciente prosa de Sachs. Una prosa que hace que nos olvidemos incluso de lo que cuenta para sumergirnos en el modo de contarlo, una exquisita mezcla de sencillez y refinamiento que nos lleva a autores previos como Wilde, pero sin el trasfondo moralista que convierte al autor de la Balada de la cárcel de Reading en un padre de la Iglesia comparado con el absolutamente amoral protagonista de La cacería. El hecho de que Cabaret Voltaire haya tenido la feliz ocurrencia de auspiciar la aparición en castellano, ¡por fin!, de los dos volúmenes de memorias de Sachs, tiene mucho que ver con la reivindicación que del personaje ha venido postulando en los últimos años otro formidable prosista, hispano-argentino en este caso, Alfredo Taján, quien se ha encargado de redactar sendas introducciones, trasladadas a textos vibrantes y documentadísimos, tanto para El sabbat como para su secuela de título cinegético, que acaba de publicarse.
“Sachs miente mucho en La cacería —escribe Taján en su niquelado preámbulo—, pero miente con el estilo de los mejores pícaros, siempre a su favor, con lúcida sofisticación, y a la manera cocteauniana, diciendo la verdad”. La cacería es la verdad de un tipo que ha renunciado a todo planteamiento ético y que es capaz de presumir de lo que muchos ocultan, y desemboca en la elaboración de un fresco retórico que, sin dejar de brillar por su magia estilística, refleja de forma admirable, como harán las novelas de Modiano después, lo que estaba pasando realmente en París durante los dos primeros años de la ocupación, tan tristes para la mayoría, tan exultantes y viciosos para la minoría collabo.
Otra ventaja que presenta este segundo tomo de memorias de Sachs es su reducida extensión —no llega a las 150 páginas—, lo que hace aún más chispeante y ligera la navegación por las aguas cenagosas que inundan la travesía biográfica de nuestro autor. A partir de septiembre de 1942, la fuente para conocer esa biografía serán las cartas que vaya escribiendo a su amigo el filósofo Yvon Belaval desde la región del Orne y de Hamburgo, en cuyo puerto trabajó como conductor de una grúa al servicio de aquel Reich que iba a durar mil años y se quedó en una docena. Sus actividades delictivas lo relegaron al campo de concentración de Fuhlsbüttel, donde escribió sus memorias y donde acabó perdiendo la vida en una marcha, víctima de un tiro en la nuca que le descerrajó un oficial de las SS al comprobar que su extenuado prisionero —y antaño colaborador— no podía seguir caminando.