Una hipótesis para 1937
El gran miedo
James Harris
Trad. Luis Noriega
Crítica
272 páginas | 21,90 euros
Para la Unión Soviética 1937 fue un año decisivo. La Revolución de Octubre celebraba su vigésimo aniversario y la nueva Constitución conduciría a las elecciones al Soviet Supremo del mes de diciembre. Sin embargo, 1937 no suponía solo un homenaje al pasado. Lo que Stalin y sus materias grises detectaron en esa fecha fue la posibilidad de elaborar la creación de una identidad soviética, el anuncio de un arquetipo transnacional no definido a través de la etnia. Pero el nacimiento de esa comunidad imaginada, ese espacio de fábula que condujo a la admiración mundial ante el Pabellón de la Unión Soviética en la Exposición Universal de París, fue también el tiempo del Gran Terror, de los juicios contra el centro terrorista trotskista-zinovievista, de los procesos a Kámenev y Rýkov, del adiós al más querido camarada de Lenin, Nikolái Bujarin, de la expansión a muy distintos terrenos de la sociedad (obreros, campesinos, artistas, ingenieros, matemáticos, militares, policías, cineastas, músicos, escritores) de uno de los mayores aparatos represivos de la Historia, la creación efectiva de una paranoia organizada que aún hoy hace palidecer cualquier pesadilla orwelliana y que ha quedado grabada en el imaginario ya no soviético, sino universal, como una de las experiencias más aterradoras concebidas por una élite política y puesta en práctica no contra un enemigo de clase, raza o religión, sino contra sus conciudadanos.
Las cifras que los historiadores manejan son reveladoras. Entre 1937 y 1938, los órganos de Seguridad del Estado, a través de la orden número 00447, también llamada de asesinato por cuotas, arrestaron a 1.575.529 personas, de las cuales 1.344.923 fueron condenadas y 681.692 fueron asesinadas. Un 1,66% de la población entre los 16 y los 69 años fue detenida. Si se suman los fallecimientos a consecuencia de las condiciones de vida en campos y prisiones, se concluye que un 0,72% de la población soviética murió en ese periodo, una cifra capaz de invertir el sentido de la curva demográfica.
Como otros muchos estudios efectuados con anterioridad, desde el clásico El Partido Bolchevique, de Pierre Broué, al incomparable Terror y Utopía, de Karl Schlögel, el historiador James Harris ha procurado en un libro breve, y de lectura agradecida, El gran miedo, explicar lo aparentemente inexplicable. La tesis de Harris para iluminar las matanzas del 37 acude directamente al ADN de la historia eslava, una historia que se construye desde Iván el Terrible (y cabe sospechar que hasta la actual Rusia de Putin) sobre el miedo y la sospecha. Golpes palaciegos, rebeliones populares e invasiones extranjeras engendraron un Estado policial en permanente alerta. Así, reproduciendo hasta cierto punto las vivencias del joven Estado bolchevique que afloró en 1917, dos décadas más tarde Stalin habría heredado una pesada bruma conspiratoria. Durante el periodo de los años 20 y 30 el Estado soviético adquirió un poder económico, militar y político ingente, pero a la vez se convenció de que poseía enemigos por doquier y de que las intrigas para derrocarlo abundaban. Esta convicción no fue fruto de la mente de un psicópata, como cierta historiografía ha caracterizado a Stalin, sino la consecuencia de un sistema de información mal concebido que proporcionaba al régimen una imagen del enemigo tan convincente como errónea. Como el propio Harris señala, “el origen y evolución de esta percepción equivocada es la historia de la que se ocupa El gran miedo”.