Una patria recuperada
Epistolario (1905-1964)
Alberto Jiménez Fraud
Ed. James Valender, José García-Velasco, Tatiana Aguilar-Álvarez, Trilce Arroyo
Residencia de Estudiantes
1.106 + 1.200 + 1.044 páginas | 60 euros
En la impresionante última lectura pública que Jaime Gil de Biedma, ya muy enfermo, dio en la Residencia de Estudiantes el 9 de diciembre de 1988, algo más de un año antes de su muerte, quiso el poeta rendir homenaje a dos personas muy queridas a las que había tratado durante su estancia oxoniense de 1953, el antiguo director de la benemérita institución madrileña, Alberto Jiménez Fraud, y su mujer Natalia Cossío, que residían en Inglaterra desde su marcha al exilio —tras un breve paso por París, primero en Cambridge, después en Oxford— y acogieron al veinteañero con una cordialidad que este, “habituado al precavido paternalismo de los mayores de edad”, no olvidaría nunca. Sus conmovedoras palabras, tituladas con el nombre de la calle donde estaba la casa dieciochesca del matrimonio, “Wellington Place”, habían sido publicadas años atrás por Ínsula, pero Gil de Biedma aún se emocionaba al evocar —la grabación fue publicada en un precioso libro-disco— a los dos venerables supervivientes de la Edad de Plata. Ya al comienzo del recital, decía el autor de Moralidades que la Residencia, indisociablemente ligada a la figura de don Alberto, había sido para su generación una leyenda, “algo así como el emblema de una patria perdida”.
El hombre que aún entonces ejercía como modesto lector de español y se ayudaba para salir adelante con traducciones de encargo moriría una década después, en Ginebra, y llevó a cabo durante la última etapa de su trayectoria una importante labor ensayística en la que sobresalen títulos como su Historia de la Universidad española, pero la obra de su vida, a la que dedicó además muchas páginas, fue la dirección de la Residencia de Estudiantes que había ejercido desde su creación en 1910 hasta el inicio de la Guerra Civil, como pieza fundamental del programa de modernización de la Institución Libre de Enseñanza que alumbró también la Junta para la Ampliación de Estudios. Con razón admirado por los conocedores de su legado, felizmente vigente tras la restauración de la democracia, Jiménez Fraud no es un nombre tan conocido como otros del periodo, pero estuvo en el mismo centro de la vida cultural española y contribuyó en grandísima medida al esplendor de unos años en los que centenares de jóvenes se formaron bajo su tutela.
Publicados, como era de ley, por la propia Residencia en la colección que coordina José-Carlos Mainer, y dirigidos por James Valender y José García-Velasco, los tres volúmenes del Epistolario de Jiménez Fraud vienen a recordarnos la estatura humana e intelectual del fundador, que junto a su maestro Giner de los Ríos, su suegro Manuel Bartolomé Cossío o su buen amigo José Castillejo, entre muchos otros inspiradores y condiscípulos, protagonizaron el admirable intento de convergencia con el modelo europeo. El sucesor García-Velasco escribe del reflejo del proyecto institucionista en la correspondencia y Valender, que ya editó las de Cernuda y Altolaguirre, de la dilatada experiencia del exilio, desde donde Jiménez Fraud seguía en contacto con los suyos gracias a una red de afectos y lealtades que puede seguirse paso a paso en el epistolario.
Sobriedad, discreción, generosidad, tolerancia, la relación de virtudes que caracterizaron al malagueño retratan a una personalidad verdaderamente ejemplar que lo fue más todavía en este país de todos los demonios, donde ni siquiera los espíritus más cultivados se libran del sectarismo. No sin melancolía recorremos el itinerario que estas cartas, imprescindibles para abordar su intrahistoria, trazan de unas décadas en las que primero desde el entusiasmo y después desde una nostalgia que jamás condescendió al desistimiento, Jiménez Fraud se mantuvo fiel al hermoso ideal al que dedicó su vida. La publicación, largamente esperada, es un monumento al esfuerzo, la inteligencia, la dignidad de quien tanto hizo por fomentar la educación, la ciencia y la cultura entre nosotros, conforme al sueño por desgracia malogrado de lo que Carmen de Zulueta, otra exiliada institucionista, llamaría la España que pudo ser.