Una utopía infestada de mosquitos
El mundo feliz. Una apología de la vida falsa
Luigé Martín
Anagrama
168 páginas | 16,90 euros
Este libro paradójico, inteligente y raro tiene la apariencia de un ensayo, pero es una trampa benéfica para medir nuestro grado de credulidad, un trampantojo intelectual para que verifiquemos el diámetro del agujero negro que hemos dejado abierto en nuestro entendimiento y por donde se cuela impunemente toda la desinformación y la impostura con que somos bombardeados a cada rato desde los púlpitos más diversos: desde las redes sociales, sí, pero también desde los propios libros con apariencias solventes y por supuesto desde la tribunas políticas. El mundo feliz del novelista Luisgé Martín (Madrid, 1962) prueba también que aceptamos con más naturalidad la mentira diabólica de las distopías que las verdades balsámicas del pensamiento positivo y racional. O dicho de otro modo, que tendemos a prestar más verosimilitud emocional a los rasgos apocalípticos atribuidos a nuestro tiempo que a las expectativas de mesura y prosperidad. Este volumen, en fin, podría formar parte de un proyecto narrativo, por ejemplo, de una novela de ciencia ficción, y estar suscrito por un prudente filósofo filonazi empeñado en colar a la distraída humanidad, que ya le cuesta distinguir entre verdad, mentira y posverdad, una ficción política bajo el disfraz de ensayo en un tiempo en el que, en apariencia, somos insensibles a cualquier superchería totalitaria.
Del mismo modo que en 1938 Orson Welles, aprovechó el terror de sus contemporáneos ante la inminencia del gran cataclismo para expandir el pánico por toda Nueva Jersey e incluso en toda Nueva York con la adaptación radiofónica de una ficción sobre una improbable invasión marciana ¡escrita en 1898!, Luisgé Martín se ha planteado revivir, en unos tiempos no menos proclives a la credulidad, todas las supercherías fascistoides —tan amortizadas ya en el libro de Huxley, ¡publicado en 1932!— que sostienen el pavoroso mundo feliz.
La tarea que se propone el autor en este ensayo paródico es disparatada y fabulosa: transformar en una cauta y resignada utopía —la única posible en unos tiempos de angustia y desesperanza— el mundo distópico imaginado por Huxley y, por añadidura, convencer al lector de ello mediante argumentos que, sin conllevar una contradicción lógica en sí mismos, infringen el sentido común. Hemos llegado a un estado de confusión tal, sostiene el libro de Luisgé, que el despotismo es el mejor de los estados posibles. Para lograr esta gesta Martín recurre a la broma, a la ironía y finalmente al sarcasmo, pero en unas dosis tan tolerables para las tragaderas del hombre contemporáneo que es posible que las tome como premisas serias e incluso indubitables.
Para digerir semejante paradoja el razonamiento parte de un estado de opinión generalizado: un escepticismo tan tenaz y ciego que da por buena cualquier solución, en particular las de los predicadores y visionarios populistas. Luisgé resume así ese estado de opinión: “La vida es, en esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo”. Lo dice y lo repite como un salmo a lo largo del ensayo. Y entonces ocurre lo que ocurre: en un terreno tan bien estercolado por la escoria ajena y las heces propias, tan fertilizado a las malas y vuelto a fertilizar, puede germinar cualquier cosa, incluida la propia mierda (convertida en enredadera) y la rosa inmarcersible del ridículo.
Imaginemos una sociedad, nos dice Luisgé, donde no exista el trabajo gracias a la robotización total; donde el sexo no sea reproductivo y la maternidad dependa de las máquinas; donde la muerte no sea un estado radical y se puedan vivir muchas vidas gracias a la multiplicación inteligente, y donde los sentimientos tengan remedios farmacológicos y quirúrgicos, una reserva tan feliz donde solo perdurará el hombre nuevo y los mosquitos.