A la diestra del Padre
Materia oscura
Ángel Zapata
Páginas de Espuma
96 páginas | 12 euros
No es casual que, en la primera pieza de este libro, el narrador en primera persona se halle junto a Dios, narrando los primeros pasos del Génesis. Que Dios sea una liebre, o que su “hágase la luz” arroje un resultado más bien pobre, ese es otro cantar. Lo interesante es el posicionamiento, la renuncia del escritor a ser un simple copista del mundo para reivindicarse, a la diestra del Padre, como verdadero creador de mundos. Y eso solo puede conseguirlo a través de la suprema libertad, cortando amarras con todo lo convencional, formas, significados, estructuras lógicas.
Eso hace en su nuevo libro de relatos, Ángel Zapata, veterano artífice y teórico del género. Sus personajes pueden ser un huevo frito apellidado Prendergast, una muela gigante, una botella de sifón, un grupo de tijeras —seguido de seis piedras pómez—, o un hombre que se hace amigo de una cascada. La contracubierta describe a Zapata como inserto en la tradición del surrealismo, aunque la etiqueta está tan manoseada que ha acabado colgándose a todo aquello que resulta difícil de explicar. Eso no nos impide pensar que Materia oscura merecería la aprobación de Alberti y Buñuel. Lo que sí parece innegable es que el autor desarrolla su narrativa en las lindes mismas de la poesía, más incluso que su colega —y compañero de editorial— Eloy Tizón en el formidable Técnicas de iluminación.
Salvo algunas piezas de arranque más narrativo (del tipo “Una tarde, al volver a casa, encuentra un reguero de huellas en el parquet del recibidor…”), no dudaría en encasillar este volumen como prosa poética, es decir, como poesía, si es que tal clasificación siguiera teniendo un sentido. Muchos diríamos que lo tiene, aunque solo sea por provocar. La seducción sobre el lector, la búsqueda del asombro e incluso el humor —casi omnipresente en el libro— no derivan del arte de contar hechos o pensamientos, sino de generar imágenes poderosas, asociaciones insólitas y sonoridades seductoras, envolventes: la consabida música de la poesía. ¿Cómo calificar, si no, un fragmento como el final de “Rosa de humo”? “Oh reflejo entregado a las encrucijadas de la noche, bosque por fin tangible, raíz hendida de la semejanza, tiemblo ante tu inminencia…”
Claro que hay poesía buena y mala. La de Ángel Zapata pertenece a las primeras, tanto más cuanto más lúdico e irreverente se muestra. Y cuando menos se nota la cuerda con la que arrastra al lector adonde quiere. Ha escrito un hermoso libro para demostrar que, en un tiempo en que ya creemos haberlo visto todo, el lenguaje puede todavía explorar regiones desconocidas de nuestra sensibilidad. Él mismo lo desliza irónicamente en uno de sus textos: “A menudo se dice de las cosas: ‘¡qué extraño, qué extraño!’, pero es mentira, se dice únicamente por costumbre, nada es extraño ya”.