El absurdo gesto de una guerra
Pequeño país
Gaël Faye
Salamandra
224 páginas | 18 euros
Existe una clase de libro cuyo aroma es tan potente que desde la primera página debes mirar a tu alrededor para cerciorarte del lugar en el que efectivamente estás. Cuando comencé a leer Pequeño país, el libro del rapero y escritor Gaël Faye —ganador del premio Goncourt des Lycéens 2016—, tuve esa sensación. ¿Qué país estaba leyendo? El libro de Faye parte de su propia experiencia personal: la mayor parte de su familia murió en el genocidio de Ruanda, cuando eclosionó la guerra civil entre tutsis y hutus. Su padre era francés y su madre ruandesa. Él creció en el barrio burgués de Buyumbura, sin ningún tipo de estrechez económica. Todo se truncó con la llegada de la guerra: “Algunas noches, el sonido de las armas se confundía con el canto de los pájaros o con la llamada del muecín, y, olvidándome completamente de quién era, aquel extraño universo sonoro llegaba a parecerme hermoso”.
Pequeño país fue una canción antes que una novela. Gaye empezó a escribir poesía para superar la violencia de su entorno; de ahí pasó, naturalmente, al rap. Petit pays se convirtió en uno de los temas que más sonaba en la radio francesa. Pronto se convirtió en el libro que acaba de traducir al castellano la editorial Salamandra y que ha vendido más de 700.000 ejemplares en Francia.
“Este regreso me obsesiona. No hay día en que el país no me venga a la memoria. Un ruido furtivo, un olor difuso, una luz en la tarde, un gesto, a veces un silencio basta para despertar el recuerdo de la infancia”, escribe Gaye. En efecto, la narración del libro tiene como punto de vista al niño de 12 años que, por culpa de la violencia, perdió sus paraísos más preciados de la infancia: la familia, la inocencia, los amigos, etc. Quizás ahí radique una de las conquistas de esta obra: la inocencia de la narración se rompe al mismo tiempo en que lo hace la del niño Gabriel. En este mismo sentido, la escritura es sencilla y modesta pero con reflexiones repletas de lucidez, despojadas de los prejuicios de los adultos: “En la aburrida provincia no hay nada mejor para matar el tiempo que un poco de sangre durante las horas muertas del mediodía. Justicia popular, ése es el nombre que se le da al linchamiento; tiene la ventaja de sonar civilizado”. El niño que narra se convierte en un personaje que simboliza a toda la humanidad y su contumaz tradición de estropearlo todo con la violencia: “Sin que se le pida, la guerra se encarga siempre de procurarnos un enemigo. Yo, que quería permanecer neutral, no pude serlo. Había nacido con aquella historia. Me corría por dentro. Le pertenecía”.
Pequeño país es una primera novela de aprendizaje, tremendamente nostálgica, repleta de humor y de poesía, de ternura y de un gusto exquisito por el detalle que ya anuncia en el prólogo. Cuenta Gaye que la guerra feroz que se desarrolló entre tutsis y hutus en los años noventa tuvo como origen la diferencia entre sus narices. Algo tan absurdo como esto pero, ¿no es acaso cualquier guerra el gesto más disparatado que la humanidad haya creado?