Amor, amor, catástrofe
El amor no es un verso libre
Susana Fortes
Suma de Letras
296 páginas | 16 euros
Palabras de Pedro Salinas como aviso a navegantes: “Te conocí en la tormenta”. Nos situamos: Madrid en un año que precederá conocimiento y tormenta, 1935. Un escenario mítico: la Residencia de Estudiantes. Innecesario recordar el mundo efervescente del lugar y también la inmundicia malencarada de quienes trepan por el camino más fácil. Allí aguarda un hombre que no sabe lo que le espera, allí llega una mujer que ignora lo desesperada que estará. Un profesor, una alumna extranjera. Se ha escrito un crimen, se cuece a juego lento un amor imposible. O sea, inevitable. Una mujer sin sombra que recibirá una flor envenenada. La llamaremos Kate. Con sus andares de Kansas a lo Katherine Hepburn. Los versos le lanzan presagios: “Amor, amor, catástrofe”. Versos libres, besos cautivos. Él está en el punto de mira de muchas dianas. Sin miedo: “Nadie muere dos veces”. Le llamaremos Alvaro. Como Rick e Ilsa en “Casablanca” (cuyo final de sacrificio voluntario también hará acto de presencia en una ausencia definitiva), se amarán en una ciudad donde se empieza a masticar el odio. De hecho, incluso tiene una aparición en forma de recuerdo Bogey, aunque no Bogart sino “el primo de todos los veranos”, el del primer beso.
El lugar es, sin duda, un gozo sin fondo para alguien de tanta curiosidad como Kate, un espacio libre donde puede aparecer de pronto José Bergamín o montarse una fiesta con la flor y nata de la intelectualidad republicana con Alberti, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Salinas, Dalí o Lorca. Kate como Alicia en un país de maravillas y miserias: “La lucha de clases asomando las orejas como un conejo asustado entre las bandejas de canapés y, al mismo tiempo, aquella cortesía ceremoniosa de una burguesía bien educada”. Madrid era “una ciudad a caballo entre dos siglos”. Y cuando la música precede al baile y las miradas se cruzan y el deseo empieza a hacerse notar, el golpe bajo: una detención, la intriga llama a la puerta. Y la muerte (el hombre que se parecía a Clark Gable) ayuda a que nazca el amor. La excusa perfecta para que dos extraños intimen está en la búsqueda de la verdad. “Alguien ama. Alguien muere”. Tocar un cuerpo, tocar un alma. Invadir una piel, cruzar una frontera prohibida. Un hombre como tantos otros en una encrucijada y una mujer que viene de otro mundo, con el don de leer pensamientos. El embrujo del amor: baile y muerte. Y cautiverio, desengaños, culpables insospechados, ambiciones letales y traiciones empaladas en un país gangrenado.
Susana Fortes acepta un desafío narrativo: abordar desde la peligrosísima tercera persona la complejidad de dos seres opuestos, Pedro Salinas y Kate Whitmoore, para acercarse a sus secretos, y exponerlos con la precisión de quien realiza una autopsia a un romance cadáver. No se va por las ramas a la hora de dibujar la situación política y social española de la época (un avispero desde los sucesos de Asturias) y pone su trabajo de documentación al servicio de la acción para que su mirada actúe como una cámara que se mueve por los decorados con elegantes y evocadores travellings. Con material suficiente para navegar por ríos de tinta, Fortes opta por la corriente poética de comprimir su historia para dotarla de la intensidad de un largo verso con lengua sinuosa. Mejor la sugerencia que el subrayado; que cada frase sea justa y necesaria. Autores con menos dominio del oficio se hubieran entretenido con el anecdotario frívolo de la Residencia de Estudiantes o hubieran mareado la perdiz con efluvios sensibleros y potingues políticos. Fortes va directa al grano eligiendo las palabras con riguroso mimo y por eso la lectura deja un poso perdurable de emoción desnuda y susurrante que, como la nieve en su página final, cae sobre una memoria atormentada escrita en los márgenes de la Historia.