El amor es una ficción
Perdón
Ida Hegazi Høyer
Trad. C. Gómez-Baggethun
Nórdica
256 páginas | 19,50 euros
Este libro cuenta una historia de amor asfixiante. La de una mujer que tal vez cumple el sueño que le corresponde y la de un hombre para quien el amor es una pócima de olvido. El linimento que le aliviará la quemadura de una vida anterior. Sobre ese peligrosísimo filo del exceso y la vulneración de la verosimilitud a consecuencia del exceso, se mueve con admirable desenvoltura esta joven escritora noruega gracias a su medido manejo de un lenguaje lírico y coloquial: el de la muchacha enamorada que recuerda aquella historia de los veinte años. Las historias — buenas o malas— que se viven a esa edad se enraízan como mala hierba en las sinapsis cerebrales, pero la condición indeleble de este relato va más allá de las epifanías de la juventud. Porque esta es una historia de madres borrachas y niños muertos, golpeados, niños que muerden la yugular de sus cuidadoras y se quedan con la mirada perdida, animales que se arrastran con las patas destrozadas, con la cabeza convertida en amasijo, perritas que rasgan las tripas del puercoespín y suicidas que se tiran a las vías del tren, mujeres con la mandíbula rota y jóvenes que hacen de la ficción un alivio. El amor es ficción y las ficciones acaban resultando inútiles para escamotear lo terrible. El amor y las ficciones son mentiras que solo retardan el descubrimiento de la violencia: los seres humanos exceden en brutalidad a los animales, se comunican peor que ellos, se relacionan de una manera tan destructiva que ya no se sabe quién debe pedir perdón, los padres a los hijos, los hijos a sus amantes, las cuidadoras a los bebés que guardan. En ese territorio sórdido, Ida Hegazi logra que cada palabra sea creíble y articula una trama absorbente: tira del hilo del desvelamiento de lo peor, hacia el pasado y hacia el futuro, dentro de la circularidad de una historia que empieza y acaba con la imagen de una cama de matrimonio en medio de la calle.
Posiblemente la autora obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea por saber cercar con palabras las enfermedades de nuestro mundo civilizado. Nuestro dolor occidental. Los grandes méritos de esta hermosa pieza literaria se insertan en la narrativa de ese sentimiento de culpa, que en el ámbito amoroso, se tiñe de vulnerabilidad y reproche: la primera persona se dirige a una segunda persona. La amante habla para imponer al caos un orden imposible y en la elección de su interlocutor y la modulación de esa voz que nombra lo innombrable residen sus muchas virtudes literarias. La narradora salpica con su resentimiento a los otros, pero sobre todo nos remite a su propia vulnerabilidad o a su propia juventud como elemento de malignidad. Ante la intuición de lo horrible, no justifica su inhibición, su esfuerzo para no ver: “Todo lo que necesitaba era otra cosa en la que pensar. Y la conseguí”. Cuando una voz rememora la partícula de muerte —vampirismo, anulación, sometimiento, destrucciones…— que anida en el erotismo de juventud proyecta su rencor hacia el amante, pero también hacia sí misma. Ella recuerda su anillo de compromiso, que simboliza el masoquismo inmanente a ciertas relaciones amorosas: un anillo de sedal de pesca que se le va incrustando en la carne, se le infecta y termina formando parte de todo lo que hay bajo su piel. La metáfora de la sortija —como en el soneto Prisión del nácar era articulado de Góngora— impregna el texto, pero lo más importante es la acción que no se lleva a cabo: la de liberar el dedo. Quizá esa sea la pregunta que desencadena la narración: ¿por qué no me lo quité antes?, ¿quién debe pedir perdón? La textura poética del cierre de esta historia es difícil de igualar: “Y ya no sé de qué interior te nutres, ni qué vena estás atravesando, ni cuándo llegarás. Pero sé, y quiero que tú lo sepas, que cuando llegues al corazón, me moriré”.