Aulas inquietantes
El desorden que dejas
Carlos Montero
Premio Primavera
Espasa
408 páginas | 19,90 euros
No es la primera vez, ni será la última, que un escritor se forja en los guiones para el cine o la televisión. Además de casos tan notables como el de David Trueba, nombre ya imprescindible en la narrativa española reciente, el hecho de que autores como Ángeles González-Sinde o Daniel Sánchez Arévalo hayan sido finalistas del Planeta permite hablar de tendencia estable. Y a ella pertenece Carlos Montero, creador de éxitos para la pequeña pantalla como Física y química, Al salir de clase, El comisario o la adaptación de El tiempo entre costuras, quien ha conquistado el Premio Primavera de novela con un título de ecos millasianos, El desorden que dejas.
La obra se mueve entre dos ámbitos que Montero parece conocer bien: las aulas de Enseñanza Secundaria y la pesquisa policial, aunque en esta ocasión el protagonista no sea el clásico comisario de gabardina, voz cazallera y cigarro, sino una docente en apuros. Raquel llega a su instituto en el imaginario municipio gallego de Novariz, el pueblo natal de su esposo, para sustituir a Viruca, una bella profesora que presuntamente se suicidó. Sin embargo, al chocar con tres alumnos conflictivos —el manipulador Iago, la desafiante Nerea y Roi, el hacker—, y trabar amistad con el exmarido de la difunta, Mauro, la protagonista sospecha que Viruca pudo ser víctima de un feroz acoso, el mismo que ella empieza a sufrir.
Así, a partir de una aprensión muy generalizada (el temor a esa juventud consentida y carente de valores que puede llegar a ser muy cruel) Montero ensaya una mezcla de novela negrocriminal y thriller psicológico, a la que añade cierta tensión sentimental y erótica, y hasta alguna sutil pincelada social. Lo hace, además, poniendo casi todos los elementos sobre la mesa desde el primer momento, y reservando sus ases en la manga solo para contados golpes de efecto.
Que la novela posee una carga visual importante, con capítulos estructurados a la manera de escenas y separados por bien calculadas interrupciones, es algo que no sorprende si atendemos al oficio del autor. Tampoco sorprenderá, quizá, su interés por la oralidad, el modo en que no duda en sacrificar lo que llamamos voluntad de estilo en aras de una sonoridad coloquial, incisivamente contemporánea. En cualquier caso, y a pesar de sus excesos a la hora de registrar conjeturas y preguntas retóricas de todo tipo, tratando de sumergir al lector en la turbia mente de Raquel, Carlos Montero puede apuntarse el mérito de sostener una trama de 400 páginas sin rebajar la intensidad, sin desfallecimientos significativos.
El resultado es un producto más pensado para el consumo masivo que para el lector esteticista, pero que enganchará a quienes se asomen a él y, sin duda, funcionará en una previsible versión cinematográfica.