Bestiario humano
Guardar las formas
Alberto Olmos
Random House
144 páginas | 16,90 euros
Con una obra novelesca de considerable amplitud para su edad (nació en 1975 y cuenta ya con siete novelas), Alberto Olmos cambia de registro narrativo y se pasa al cuento en Guardar las formas. Es llamativa esta decisión porque ha mostrado desprecio por las formas breves del relato, las ha considerado refugio de gente mediocre, con escaso talento y poco dada a esforzarse. En estas ideas ha abundado con ocasión del presente libro, manteniendo su provechosa imagen de enfant terrible. Quizás solo se debe a la necesidad táctica de sostener esa actitud cuando un escritor como él, provocador y de presunta extraterritorialidad, está del todo integrado en el sistema literario. Como sea, su nueva obra guarda bastante relación con el resto de las suyas y les añade un repertorio de situaciones humanas en el que se expresa una mirada incisiva sobre diversos comportamientos de nuestra especie. Ello se traduce en un conjunto misceláneo de doce piezas cuya trama va desde un planteamiento que mira a lo enigmático del mundo hasta algo cercano a la descripción costumbrista de corte testimonial.
Esta diversidad de tonos no constituye un déficit y proporciona el aliciente de la amenidad al libro. La buscada variedad se constata en la dispersión anecdótica. Nada tienen que ver las peripecias de un hombre que se queda encerrado en casa de la amante, de un escritor fracasado que se despide del mundo quemando una torre de manuscritos inéditos, de un hombre en situación terminal que escribe una carta a una niña para que la lea al alcanzar los 18 años, de un pobre timador o de un joven subnormal ensimismado con las películas de asesinos.
El tratamiento de estos asuntos responde a un planteamiento tradicional. Sea o no sea favorable Olmos al gusto por la narratividad que valora poco nuestra más reciente prosa de ficción, él la práctica y cada pieza constituye una muestra clara de desarrollo de una historia sugestiva. Esa historia busca un broche final, unas veces cerrado y sorpresivo, y en otras ocasiones abierto al misterio incierto o inquietante. La andadura de las piezas también es bastante convencional. Solo un par de cuentos tienen aire innovador: uno de consabido vanguardismo inocentón y otro que incorpora signos gráficos gratuitos. La prosa tiene igualmente un fraseo claro, de oraciones cortas y expresivas (aunque afeadas por asonancias y gerundios) y nada más se permite alguna ocasional transgresión sintáctica. Esa buscada sencillez contrasta, en cambio, con cierto rebuscamiento léxico (una palabra “exenta de tilde”, discos que “subrayan de plástico” una estantería, “humor autoinfligido”, “aquejó culpabilidad por su estatus”, una colilla “se inmiscuye” entre unos cables) y con chisporroteos ramonianos (“farolas furtivas”, “la confabulación de la penumbra”).
La materia dispersa de Guardar las formas tiene, sin embargo, tras de sí un mundo bastante homogéneo. En sus piezas Olmos trata el dilema del doble y en uno de los cuentos se lo lleva al extremo; en ellas abundan la soledad, el desvalimiento, las manías y obsesiones, los estados de desconcierto, el problema de la identidad… En conjunto, los cuentos ofrecen un amplio bestiario humano visto de plurales maneras: con distanciamiento, ironía, sentimentalidad, didactismo o enfoque sociológico. La suma de las perspectivas emocional y testimonial en Guardar silencio es la historia de una inmigrante laboral que escucha horas seguidas los mensajes de voz de su móvil, y da un cuento excelente. No todos los del libro lo son, pero este es de antología. Y otros cuantos rayan a buena altura.