Catálogo de precarios
La danza del sol
Isabel Alba
Acantilado
216 páginas | 14 euros
La situación de menesterosidad social derivada de la quiebra financiera que explotó hace una década y no lleva visos de acabarse está produciendo una abundante narrativa testimonial. Una y otra vez nuestros autores reflejan las consecuencias de la crisis por antonomasia y no hay mes en que no aparezca una nueva novela que fotocopia un estado laboral, mental o emocional —de todo encontramos— marcado por la precariedad en el trabajo, en las ilusiones o en los sentimientos. En este contexto genérico se inscribe la cruda y pesimista narración de Isabel Alba La danza del sol, quizás el libro de todos los recientes que mejor sabe calar en el triste precariado colectivo de la hora presente.
Isabel Alba acumula un generoso ingrediente documental. En su libro reúne representantes en situación desvalida, entre quienes predomina gente de bajo nivel profesional: un soldador que guarda celoso la carta de despido; un celador de hospital; una reponedora de comercio en paro; una licenciada en Bellas Artes que trabaja como animadora eventual en sesiones de entretenimiento de yoga y zumba, “eterna trabajadora en precario” que, eso sí, disfruta de cuarto propio en piso compartido; una estudiante de magisterio, camarera eventual; una maestra inactiva; una costurera viuda; un doctor cum laude en ingeniería ambiental, con idiomas (inglés, alemán y francés básico), animador de piscina. Y más. De manera destacada una familia musulmana, cuyo hijo menor, estudiante de grado medio de higiene bucodental, limpia minucioso el Kalashnikov, ya nos imaginamos para qué.
Los personajes se congregan en dos espacios costeros: el hotel playero Solymar, con piscina y bar chiringuito, y una casa, Edificio Acuazul, donde vive la familia refugiada. El hotel suena a duplicado de destino veraniego de medio pelo con datos costumbristas candorosos (una familia se lleva la tortilla de patata para ahorrar comidas). En la novela no faltan un lobo solitario, una violación, la emigración, la niña con trastorno mental, las peleas conyugales o los fusilamientos de la Guerra Civil. En suma, la autora compendia un pequeño “espasa” de infortunios contemporáneos al precio de dar una visión extensa pero superficial de la realidad.
Lo curioso de esta materia anecdótica es su ahormadura formal. La autora monta un artefacto de raigambre vanguardista. Concentra la acción en tres días que refutan el final feliz del Génesis bíblico. Distribuye las anécdotas en secuencias cortas con ocasionales glosas. Los sucesos independientes de la serpiente novelesca alguna vez coinciden en la trama. En La danza del sol, en cuyas páginas Isabel Alba compone un puzle sobre la mediocridad, lo narrativo se da la mano con lo impresionista. En ocasiones fracciona el texto en líneas cortas sueltas con la intención de producir un presunto efecto poemático. Y, curiosamente, practica algo cercano al hoy olvidado objetalismo del nouveau roman que constata datos de las cosas o las situaciones (un coche Citroën 4 Picasso azul eléctrico financiado a 5 años con 54 plazos pendientes; la descripción de las 21 víctimas de un atentado).
Algunos de los recursos técnicos de la novela resultan inocentes y el lirismo adolece de poeticidad mistificada. A pesar de las reservas señaladas, La danza del sol merece una positiva acogida porque revela la escritura comprometida y arriesgada de una autora que habla con exigencia formal de asuntos serios. Es más, Alba entiende de verdad los datos de la realidad como un epifenómeno, que diría un psicólogo, y tiene la intuición artística de convertirlos en la descarnada materia sobre la cual construir una metáfora.