Como el cristal o como el aire
La pérdida del reino
José Bianco
Atalanta
380 páginas | 23 euros
Fue una parte fundamental del grupo que orbitaba en torno a la revista Sur, donde ejerció como redactor jefe durante más de dos décadas, pero su discreción natural y lo escaso de su obra no ayudaron a que abandonara la categoría de escritor secreto, a pesar de haber merecido elogios de lectores tan poco impresionables como Borges u Octavio Paz. Hombre de carácter reservado, modales exquisitos y vasta cultura literaria, el argentino José Bianco (1908-1986) tradujo del inglés o del francés, se desempeñó como editor y como crítico —en ambos oficios con ejemplares rigor y perspicacia— y solo en contadas ocasiones condescendió a escribir sus propias historias. Cuando lo hizo, sin embargo, brilló a una altura infrecuente, como podrán comprobar quienes se acerquen a este volumen donde Atalanta ha reunido su narrativa casi completa, acompañada de una selección de ensayos —dedicados a Proust, Borges, Ortega o Victoria Ocampo, a quien rindió homenaje pese a las diferencias que habían conducido a su salida de Sur— y de varias entrevistas concedidas al final de su vida. Acostumbrados a leer su nombre cuando se habla de otros, podemos ahora comprender el porqué del prestigio de Bianco y comprobar que fue no solo un excelente crítico, sino un narrador de primer orden.
Del primero de los libros de Bianco, La pequeña Gyaros (1932), una colección de relatos que más tarde repudiaría, se ofrece un cuento escrito en 1929 y revisado en 1983, “El límite”, donde aparecen ya el tema del intermediario —el go-between— y esa velada transparencia que constituye el rasgo más característico de su estilo. Las otras tres narraciones pueden calificarse sin exageración como verdaderas obras maestras. Concebido para formar parte de la benemérita Antología de la literatura fantástica (1940) que prepararon Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, el relato “Sombras suele vestir” no llegó a tiempo y vio la luz un año más tarde en Sur, aunque sería después incluido en la reedición de 1967. Su título está tomado de un verso de Góngora, pero el tono remite a Henry James —un James menos ampuloso aunque igualmente preciso, es decir, mejorado—, del que Bianco tradujo La lección del maestro u Otra vuelta de tuerca, y también, hasta cierto punto, a esos ambiguos relatos de Chesterton en los que el orden racional contradice (pero no desmiente del todo) la insinuación de lo fantástico. En un plano de relativa irrealidad se mueve asimismo Las ratas (1943), una impecable nouvelle que exprime las posibilidades de la ironía, pero acaso la más sugerente de las tres piezas, y la más reveladora de su propia trayectoria como escritor renuente, sea La pérdida del reino, novela sobre el fracaso —otro de sus temas predilectos— que Bianco empezó y abandonó hacia el medio siglo y no publicó hasta 1972.
“Como el cristal o como el aire —dice Borges—, el estilo de Bianco es invisible”. De contornos nítidos y a la vez indescifrables, la escritura del argentino es un prodigio de sutileza, pero su claridad formal es solo aparente o mejor dicho engañosa. Una historia sórdida de prostitución forzada, un suicidio asociado a oscuras razones familiares, las evoluciones de un libro nunca escrito y del itinerario de quien solo llegó a esbozarlo: no sirve de nada resumir los argumentos de Bianco en pocas palabras, pues lo que importa son los caracteres, las atmósferas enrarecidas, el modo cómo los hechos se insinúan o desdoblan, conforme a distintas perspectivas que se multiplican como los corredores de un laberinto —doble emblema de la razón y el desvarío— en el que el lector debe guiarse a la luz de datos no siempre fiables. Sabio editor e intérprete de obras ajenas, José Bianco dosificó su talento e hizo de la contención —o de la indolencia— un hábito saludable. Nadie podrá negarle un lugar de honor entre los narradores del siglo.