Conciencia de clase
La triunfante
Teresa Cremisi
Trad. Jordi Terré
Anagrama
200 páginas | 16,90 euros
Por la noche, después de cenar, enjuago y cuelgo mi traje de baño y mis pareos. Utilizo un detergente al jazmín; a la mañana siguiente estarán secos, suaves y perfumados”. Estas frases, con su aroma a qualité publicitaria, nos colocan sobre la pista de La triunfante. En su texto autobiográfico Teresa Cremisi subraya la idea, tantas veces contradicha en nuestra sociedad hipócrita, de que el dinero sí da la felicidad: posibilita viajes, aficiones, la relación de pareja en pisos —incluso ciudades— separados, un retiro en Amalfi. Permite enrabietarse con levedad cuando algo se tuerce. Adoptar una actitud en la que se pone de manifiesto que el estilo y la elegancia —la elegancia en el estilo— son una cuestión de clase. Desde ese sustrato firme, el desarraigo, los movedizos orígenes, la lejanía de los afectos o la muerte de los seres más queridos no limitan de un modo irreparable o radical. Cremisi se representa como anti-ménade. Tampoco el género parece definitivo en esa construcción, porque tal vez el acomodo financiero imprime rasgos de carácter, estereotipadamente masculinos, como el gusto por los barcos y las batallas navales, o la repugnancia —repugnancia sería una palabra “fuerte” en estas páginas— hacia un desgañitado romanticismo.Cremisi, frente a esa subjetividad romántica que es rebelde y se tira de los pelos, apuesta por el tono menor de la ilustración con su racionalidad y su sentimentalidad bien dosificadas. Los vapores andróginos, así como los atributos del desarraigo en La triunfante, lejos de hacerse drama o frustración, se transforman en cualidades excelentes para la dirección de empresas. Así describe Cremisi su perfil laboral: “Aparecía varias veces la palabra “mestizaje”, se insistía en mi capacidad para fomentar el trabajo en equipo, en mi flexibilidad, en mi adaptabilidad…” El drama semántico de la individualidad rota de la literatura se reconvierte en valor dentro del ámbito empresarial: Cremisi relata su autobiografía rehuyendo lo libresco y, aunque es lectora, se describe como mujer de empresa. Solo sabremos a qué empresas ha dedicado la mayor parte de su vida al leer la solapa: Flammarion, Gallimard, Holding Madrigal. Incluso la vejez es menos trágica en una posición de privilegio: florece una rebeldía que en la juventud se había adormecido. Los ricos también lloran. Pero muchísimo menos. Por educación y por conciencia de su lugar en el mundo. Pese a todo, cuando se ha vivido bien y se tiene conciencia de la proximidad de la muerte, da más rabia morir: Cremisi opta por el tono elegante y remata el libro con los versos de un poema de Constantino Cavafis, “Desde las nueve”, que funcionan como columna vertebral y mediterránea de la autobiografía.
La excelencia de estas memorias consiste en que la autora/narradora/protagonista es consciente de todo esto. No lo dice. Lo expresa: la asociación del drama, como género literario, a la precariedad; y de la profunda ligereza de la literatura de prestigio —su opción estilística— a cierto desahogo económico. La vida se mira desde un agradable filtro y la posición social, la clase, amortigua el trauma de descubrir que una no es hija de su padre o que le denieguen esa nacionalidad francesa ansiada por la simbiosis que la autora siente con su lengua y cultura. Son especialmente bellas las reflexiones sobre las lenguas y sobre cómo condicionan el modo de mirar, entender y sentir. En resumen, La triunfante habla de la tranquila conciencia del privilegio de quienes pueden desentenderse de la política y ser muy agradables. La escritura de Cremisi deslumbra: en el espesor, bajo la nitidez de las palabras que brotan en la superficie, esconde una coherencia que no se culpabiliza por su disfrutada superioridad.