Confieso que he bebido
El bar de las grandes esperanzas
J. R. Moehringer
Trad. Juanjo Estrella
Duomo
464 páginas | 19,80 euros
Durante los días (y las noches) en que he leído este libro, artificiosamente alargadas para que duraran más —como muchos hemos alargado ciertas veladas de camaradería agarrados a la lealtad de las barras y la compañía— he tenido la impresión de regresar al Dickens o al Publicans, los dos nombres que tuvo el bar de las grandes esperanzas donde creció J. R. Moehringer, su cliente y escritor. La taberna de Steve, como también se le conoce, no se refiere solo al antro que montó su fundador en Manhasset, un poblado de 8.000 almas perteneciente al estado de Nueva York, sino a todas las tabernas desperdigadas por el mundo que son refugios donde los clientes “se sienten más cerca de Dios, del amor o de la verdad”, incluso de la autodestrucción.
El Publicans que describe Moehringer en sus memorias noveladas es una acogedora metáfora de alcohol y confraternidad a la que acuden tipos de todas las extracciones sociales a mojar su soledad o a confrontar sus esperanzas. Tanto es así que el memorable comienzo del relato podría ser una suerte de plegaria obligada antes de ingresar en ellos: “Íbamos para todo lo que necesitábamos. Cuando teníamos sed, y cuando teníamos hambre y cuando estábamos muertos de cansancio. Íbamos cuando estábamos contentos, a celebrar, y cuando estábamos tristes a quedarnos callados. Íbamos después de una boda, de un funeral […] y siempre antes, para armarnos de valor tomando un trago”. También iban (íbamos) al amor, al sexo o a buscar a alguien desaparecido porque, como sabían los heteróclitos clientes, todos, tarde o temprano, se pasaban por allí.
J. R. Moehringer —neoyorkino del 1964 y premio Pulitzert en 2000— es un autor atractivamente esquivo. En español, además de estas memorias, ha publicado también, pero sin su firma, la autobiografía del tenista Andrea Agassi (Duomo, 2014), una especie de libro huérfano que sin embargo fue recibido con un entusiasmo insólito por la crítica.
Es raro que un escritor norteamericano —el habitante de una nación donde el alcohol se vendía en las farmacias, los compradores ocultan las botellas del supermercado con una bolsa de papel o donde el güisqui fue utilizado como arma de delación en los tiempos McCarthy— haya escrito unas memorias cuyo epicentro es la filantropía de la bebida y el arte de beber, más que la desdicha de la embriaguez. Una biografía auténtica pero edulcorada, eso sí, con un estilo sentimental que aturde y convierte al lector en un cómplice de barra. No es un libro crudo ni realista sino una recreación ideal de las vidas cruzadas que participan en la idea platónica de los bares: del Confieso que he vivido de Neruda al más confidencial del Confieso que he bebido de Horacio Rébora, fundador de La Tertulia, el Publicans de Granada. En realidad todas las ciudades y quizás todos los pueblos españoles tienen su Publicans, con su perenne camarero que espera la llegada de las almas descarriadas.