Cuanto sé de alguien parecido a mí
El rey recibe
Eduardo Mendoza
Seix Barral
366 páginas | 20,50 euros
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) es el maestro de la ironía y la elegancia. Es un tópico ya decir que suele moverse en dos polos: las novelas serias y las novelas de humor, sean históricas o contemporáneas, donde todo es posible, desde la sonrisa constante a la pura hilaridad. El rey recibe es el inicio de una trilogía y quizá de una oblicua autobiografía, una novela de época, de criaturas, ciudades y sueños, donde todo era posible hasta lo irreal, una novela clásica de formación de un joven veinteañero, Rufo Batalla, periodista, con manejo de idiomas, que se ve impelido a vivir una insólita y cómica aventura.
El descreído director de su periódico lo manda a Formentor para que cubra una misteriosa boda. Llega algo tarde y le suceden algunas cosas que parecen chuscas, aunque pronto veremos que aquel era un encargo endiablado y que él, más próximo al comunismo que a cualquier suerte de monarquía, será el elegido por un exótico soberano. La situación parece esperpéntica, y nos sugiere una narración más bien humorística.
La realidad es diferente. Eduardo Mendoza, sin olvidar su inclinación a la broma ocasional, escribe una novela de época, de los sesenta y setenta, desde los Beatles y su adiós hasta el atentado contra el almirante Carrero Blanco. Nos encontramos más bien con el Mendoza de Savolta o La ciudad de los prodigios. Rufo Batalla, de alma difusa, entre emprendedor y displicente, decide fundar una revista más o menos frívola, Gong, de muchas fotos y poco texto, salvo cuando murió Janis Joplin, a la cual le dedicaría un amplio espacio, “lo escribí con una seriedad y un esmero inusuales”. Copia las noticias de diversos lugares del mundo, las traduce y, solo de vez en cuando, se implica en lo que hace. Eso le sucede tras un viaje a Checoslovaquia y Berlín, de donde regresa cargado de dudas. Y con esa incertidumbre se zambulle en su tarea, que en el fondo no es otra que crecer, conocer gente, descubrir las paradojas de la ciudad y de la sociedad. Entabla quizá su primera relación estable. Aparece en su vida la farmacéutica Claudia, y de cuando en cuando irrumpe, con más sorpresa que otra cosa, el monarca exótico y su esposa Monica Coover.
En esa primera parte del relato, que podríamos decir que es otra novela de Barcelona, pasan muchas cosas, Mendoza ahonda en personajes pintorescos, desgrana historias familiares y se asoma, con su habitual sutileza, a ese costumbrismo suyo, tan barcelonés, donde destaca un curioso personaje, el periodista uruguayo Gustavo Alfaro, con el cual rendirá homenaje a la película El apartamento de Billy Wilder.
En la segunda parte de la novela, Rufo Batalla decide irse de España y logra un puesto de funcionario en Nueva York, en una oficina casi siniestra, donde todo el mundo parece estar de vuelta. Y allí, con su habitual don de gentes y dejándose ir casi siempre, establece nuevos vínculos curiosos, por no decir peligrosos: frecuenta a un mafioso, Allan, y a su elegante mujer, China, intima con Valentina, con el gay depresivo Ernie o con el músico Yves. Y, sobre todo, se asoma al mundo del arte y de la música clásica. Pero como Mendoza es mucho Mendoza, un observador refinado, brillante, seguro, un gran sociólogo de las emociones, y un magnífico creador de personajes, se atreve a incorporar una micronovela histórica en la parte final y deja la puerta abierta a nuevas aventuras para este plumilla, Rufo Batalla, que a veces parece cansado, perplejo o existencialista sin saberlo del todo.