El dandismo del mal
El lector decadente
Selección y prefacios de Jaime Rosal y Jacobo Siruela
Atalanta
592 páginas | 30 euros
Hijos de la aristocracia, díscolos burgueses y príncipes de la noche y del erotismo. Esa fue su tarjeta de presentación en los salones privados y en los oasis donde se cultivaban las flores del mal. A ellos acudían con esmoquin de gala, espíritu grupal y bohemio, al igual que ricos y nobles, estos escritores y poetas decadentistas con cigarros importados y gracia estética para el goce sensual y el derroche. Naturaleza, territorio y bolsa de los representantes del movimiento dividido entre los descendientes de la pesimista voluntad de vivir ensimismado en la estética de Schopenhauer, y la superioridad más allá del bien y del mal derivada de Nietzsche, que renegó del naturalismo de Zola y del realismo para explorar los laberintos del infierno.
Nadie como los decadentistas ha explorado con esa brillantez de lenguajes y absoluta y desobediente rebeldía, el erotismo, la marginalidad, lo satánico, las perversiones sexuales y todo lo prohibido, el envés de la moral burguesa y sus secretos espejismos del placer. Los temas recogidos en El lector decadente, excelente álbum del dandismo del mal, del barroquismo intelectual y sus máscaras, con selección de Jaime Rosal y Jacobo Siruela. Larga es su nómina pero bastan para resumirla y reconocerla dos inolvidables, sofisticadas y enigmáticas criaturas de ficción: Dorian Gray de Oscar Wilde y Jean Floressas des Esseintes de Joris-Karl Huysmans. Personajes y autores de ilustre hidalguía literaria a los que acompañan otros acólitos del heroísmo desdichado y la sensibilidad sin límites como Baudelaire, Mallarmé, Pierre Louÿs, Aleister Crowley y Max Beerbohm hasta sumar veinte. Cada uno con una punzante y escénica pieza a la que le han tomado el pulso de palabra y la gama de su atmósfera traductores como Mauro Armiño, Julio Gómez de la Serna, Amelia Pérez de Villar y Esther Tresserres junto con otros escritores de la escritura original que nos abren igual que si el libro fuese una cajita de música y de aromas entre las manos.
Es difícil destacar títulos y nombres de este estuche malva de opios impresos y monstruos delicadamente sellados por Atalanta. No hay ninguno que desmerezca en explosión imaginativa, en el perfume de sus palabras o en la sutileza con la que mezcla en su alambique su libre incursión en los paraísos artificiales de la época, los enmascaramientos del deseo y el lenguaje de lo onírico. Todos son dandis exquisitos y maestros de la transgresión, y en el fondo exploradores de la angustia humana, en sus relatos de malditos entre los malditos.
Una corte a la que pertenecen el matrimonio del conde de Savigny y de su esposa Hauteclarie y cuyo pacto secreto de violencia narra Jules Barbey d’Aurevilly; los visitantes asiduos del hotel Pimodan en el que se evoca el club de los hachisinos de Gautier; el misterioso y desenfocado aristócrata conde de Lautréamont y su escritura forjada en negro; las jóvenes hermosas del carnaval parisino que terminan en el festín de terror ideado por Villiers de L’Isle- Adam; el poeta sin obra Lucrecio al que le crea juegos y enigmas Marcel Schwob con su poética y arabesca erudición, influjo en Faulkner, Borges y Pierre Michon. Lo mismo que los protagonistas de El Jardín de los Suplicios en el que Octave Mirbeau, inmortalizado en el cine por Jean Renoir y Luis Buñuel, denuncia la corrupción política, los excesos del colonialismo y la opresión social bajo una historia de muerte y dolor entre flores y estanques. Una de las piezas narrativas más representativas junto con Los agujeros de la máscara de Jean Lorrain, autor de los célebres Cuentos de un bebedor de éter, y la Salomé de Oscar Wilde.
El lector decadente supone un homenaje a aquel fin de siècle que presagió las vanguardias y nos legó fascinantes, inquietantes y todavía modernas joyas acerca de las estrategias de seducción y los remordimientos de la conciencia, de las experiencias psicofísicas y de la imposibilidad de separar la vida y la literatura. Un monstruo de dos cabezas.