Descenso al infierno
La hora violeta
Sergio del Molino
Mondadori
208 páginas | 16, 90 euros
Mi hijo tenía diez meses cuando ingresó en el hospital, y estaba a punto de cumplir dos años cuando arrojamos sus cenizas”, escribe Sergio del Molino en el pórtico de su novela La hora violeta, la narración de un año de descenso al infierno, la crónica de una estancia en un territorio abisal donde todo era posible: el desgarro, la esperanza, la perplejidad más absoluta o el miedo. El propio autor hace así la mejor síntesis de este libro conmovedor acerca de su hijo Pablo, que aborda la vecindad de la muerte y el estado de orfandad de los padres, casi antes de haber aprendido a ser padres. Agrega Del Molino: “Que nadie haya inventado una palabra para nombrarnos nos condena a vivir siempre en una hora violeta. Nuestros relojes están parados, pero marcan la misma hora una y otra vez”. La novela está dividida en cuatro partes. La primera aborda el descubrimiento de una leucemia agresiva y el ingreso del niño. El autor escribe: “No dormimos”, “amanecemos exhaustos”; a la vez le cuenta historias. Lee a Thomas Mann, asiste a la quimioterapia y a las punciones, o escucha el programa radiofónico “Hablar por hablar”. La segunda parte alude a una canción, La noche de Saskatoon, a esa ciudad canadiense de 224.300 habitantes y al frío de vivir, y el autor reflexiona sobre la condición de periodista. A una ráfaga casi fugaz de esperanza, sobreviene el dolor: “Cariño, el cáncer ha vuelto”, le dice su compañera Cris. En la tercera parte, Pablo es trasladado a Barcelona donde será objeto de un trasplante de médula, que le ofrece una joven francesa que lo deja todo para intentar el milagro. Y en la cuarta parte, Sergio del Molino le da una vuelta de tuerca a su narración: en una gran elipsis vincula su llanto con Mortal y rosa de Francisco Umbral. Ha sido su libro de referencia, como lo han sido El año del pensamiento mágico de Joan Didion o un relato de Sonja Goldstein.
Sergio del Molino ha escrito una estremecedora novela sobre la inocencia y la enfermedad (enseña a mirar de frente al cáncer), sobre un dolor casi imposible de entender y de asumir. La hora violeta defiende el valor de la ciencia, el trabajo de los oncólogos (“Las oncólogas pediátricas —nuestras oncólogas pediátricas— se enfrentan a una enfermedad desnuda, cuyo horror no se amortigua con cuentos ni con fábulas religiosas o morales”, dice) y de la Sanidad Pública, sin voluntad explícita de denuncia. En sus páginas tiembla la pasión por la literatura, por la música, por la amistad y por la vida en un combate exasperado contra la muerte que avanza. Después del hecho inexorable, Sergio del Molino confiesa: “La pena y yo hemos firmado un pacto de convivencia”.