El arte de la desaparición
Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee
Eduardo Lago
Malpaso
288 páginas | 22 euros
Eduardo Lago escribe en un laboratorio donde investiga la composición, estructura y propiedades de la materia literaria. En Llámame Brooklyn puso en la probeta una novela inacabada. Los relatos anónimos fueron la sustancia del matraz de reacción de El ladrón de mapas. Y ahora, en Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, el tubo de ensayo contiene la fusión de los géneros, el proceso creativo, la intromisión de la literatura en la vida y el manuscrito encontrado: El original de Laura de Nabokov. Un texto fragmentado en 138 fichas con trozos de historias, de frases, de tachaduras, de palabras borradas, conceptos e ideogramas. Esta moleskine del autor de Lolita, publicada en 2009, la tuvo en sus manos Eduardo Lago en una librería del East Village de Nueva York.
Cuatro años más tarde, también la tiene en las suyas Benjamin Hallux, el narrador que deja la revista New Yorker y decide descifrar esta novela enigma. Pero un escritor no puede diseccionar fríamente el misterio de un libro ajeno sin contaminarlo de suposiciones y de ficción. Hallux contrata a Stanley Marlowe. Un escritor fantasma, como él lo define, es un maestro de la técnica, una sombra sin imaginación, inmune a sus tentaciones y engaños. Y aunque se encuentra inmerso en la autobiografía del enfermo magnate Arthur Laungthon, acepta la propuesta. Al igual que el detective de Chandler, que el Marlow de Conrad, comienza a adentrarse en la oscuridad del boceto literario para tratar de resolver la arquitectura literaria de El original de Laura y el secreto que esconde. El trabajo transforma enseguida a Marlowe. Su olfato de detective escritor le permite descubrir que la novela contiene dos textos: Mi Laura, escrito por un personaje de Nabokov llamado Eric, y Morir es divertido, un manual sobre el suicidio firmado por Philiph Wild. Tres novelas en un proyecto de novela inacabada, desordenada, repleta de pistas falsas, de huellas borradas.
Las cajas chinas, la composición como rompecabezas, los personajes que evocan o parodian a otros personajes. A Nabokov le gustaban mucho estos juegos. Era un maestro. Por su parte, Eduardo Lago domina la novela negra, sus trampas —nada es lo que parece, sucede también con los personajes—, sus sombras, sus claves: las notas a pie de página formando parte del relato, pistas a las que atarle los cabos. Marlowe lo sabe y prosigue su road movie literario, envuelto en peripecias provocadas por la muerte del magnate y los intereses de su tercera mujer, elaborando informes para Benjamin Hallux, sin tregua en su huida de un grupo de cazadores de best-seller convencidos de que El original de Laura es la novela inédita del escritor ruso. Una más que segura bomba editorial que necesitan robar. El escritor es consciente de que para resolver la literatura que investiga tiene que desaparecer. Cuando esto ocurre, el lector descubre un texto que él escribió: Un torso sin rostro, una turbia historia protagonizada por el hijo de Paul Auster y el libro que sobre lo sucedido publicó la segunda mujer de Auster, Siri Hustvedt, abriendo la caja de Pandora de la memoria y del dolor. El viaje continúa. La isla de Robinson Crusoe, Poe, Melville, Vila-Matas, el humor, la escritura inteligente, la muerte, la mercantilización de la literatura, el humor, el agotamiento de la novela. Un videojuego. Nueva York, la ciudad como final del camino para mucha gente de vida rota. Lo mismo que una novela.
Eduardo Lago está de acuerdo con Don DeLillo. Hay que introducir la no ficción en la ficción que se cuenta. Volver a Cervantes, a permeabilizar los límites entre realidad y fantasía. Sin renunciar al laboratorio. El resultado es una brillante sinfonía de historias dentro de la novela que abordan el proceso de creatividad y destrucción de una obra literaria, la desaparición del autor en el texto. Una reflexión sobre hacia dónde va la literatura exigente y libre.