El barrio y el universo
Los besos en el pan
Almudena Grandes
Tusquets
336 páginas | 19 euros
El protagonista del libro es una entidad intangible pero a la vez muy viva: el barrio. Pero no entendido como zona geográfica o lugar físico, sino la malla y los nudos que establecen las relaciones entre las personas. En un momento del libro veremos cómo el barrio se corporeiza a través de sus vecinos, que se unen para parar el cierre del centro de salud. El barrio se convierte en un coloso contra el que nada pueden el delegado gubernamental con su coche oficial, sus kilos de gomina y su policía poco convencida. Dice Sofía que “cuando las cosas se ponen feas de verdad, la gente es asombrosa”.
Estamos frente a una novela caleidoscopio en la que las historias se entrecruzan y a la vez tienen su propio camino. Frente al realismo desencantado norteamericano, donde la vaciedad lo engulle todo, el de Almudena Grandes es más social: es el hartazgo de que unos se coman el guiso y otros frieguen la sopera.
La narración arranca con la vuelta de veraneantes como la familia Martínez Salgado. Diana Salgado es una médica del ambulatorio del barrio y su vida familiar transcurre con placidez relativa. Ella no lo sabe pero su marido Pepe, además tener que tragar con los recortes de sueldo en el trabajo, se está sometiéndose a unas pruebas por un tumor en el colon. Además, la Consejería está dispuesta a cerrar su centro médico pese a las demandas interpuestas. Su hermana Sofía es maestra, pero las cosas le van peor: se acaba de divorciar. No es la única, también Sebastián. Él no solo se ha divorciado de su mujer sino de su anterior vida: era un aparejador con su propio estudio, pero la burbuja inmobiliaria le estalló encima y ha de dar gracias de haber encontrado un empleo de conserje. Amalia se defiende con su peluquería hasta que llega la crisis y, de postre, un local de manicura de unas chinas enfrente, ofrece el servicio a mitad de precio. Algunas clientas escapan y otras permanecen, como María Gracia, reventada de hacer faenas, que arrastra su tristeza como si fuera un mocho. Adela cuando enviudó creyó que el mundo había dejado de interesarle pero encontró dos apoyos: el de la familia y el de un juego de ordenador de griegos y troyanos en el que se convierte en Andrómaca. Y hay más hilos: Pascual, que en la trinchera de su bar nunca se dejó arrastrar por los cantos de sirena inversora y pretenciosa de su cuñado prepotente; Begoña, adicta a las compras que trata de escapar de su frustración abrasando la tarjeta de crédito… Una charranca de historias con pellizco. Personalmente, la que más me ha llegado es la de Ángel y su nieta Laura, que emigra a Alemania y todos creen que allí atan los perros con longanizas. Miau. Ya deberíamos saber que los perros ladran y hasta muerden.
Lo mejor y lo peor de esta novela es la marca de la casa Almudena: la desmesura. Hay tantos personajes y tantas tragedias: cáncer, dependencia, cierre de ambulatorios, rebajas de sueldos, cierre de empresas, viudedad, emigración , competencia desleal, alcoholismo, maltrato a mujeres, soledad, corrupción política, niños sin desayuno en el colegio, aceptación de la homosexualidad, racismo… que pierde un poco el efecto por exceso. Le pasa como a mi madre, que no hay forma de hacerle ver que la tortilla de chorizo no está más buena por atiborrarla hasta arriba de chorizo. Sin embargo, su abigarramiento también hace de este libro una valiosa fotografía de nuestro tiempo, real como la vida misma. Un libro que dentro de muchos años será una lectura imprescindible para quien quiera saber qué pasó en estos años de la dichosa crisis.