El candor pegadizo de la memoria
Leif Garrett en el dormitorio de mi hermana
Ignacio Elguero
Planeta
384 páginas | 19,90 euros
De las muchas caras de que se compone una historia generacional −las eufónicas y las malsonantes; las audaces y las estrambóticas; las añorantes y las que merecen el laxante del olvido− Ignacio Elguero (Madrid, 1964) ha elegido para su novela sobre la juventud que logró su sazón en los años ochenta la sentimental y la nostálgica. En un periodo tan rico y tan convulso como el del final de la dictadura y el que siguió a las primeras elecciones democráticas, poner el acento en los usos amorosos y en la descripción de los objetos y las músicas que acompañaron a aquella generación (pero eludir la legalización de los partidos, el intento de golpe de Estado, los crímenes terroristas, etcétera), tiene su ventaja y su riesgo. La ventaja es la rápida conexión que se establece entre el lector y los misteriosos graneros de la memoria compartida con sólo nombrar ciertas canciones (Hotel California, Por Ángela, La quiero a morir…), aludir a fenómenos casi inexplicables como The Kelly Family o Viva la gente, entrever películas como El coloso en llamas (la cinta “desestabilizadora de los sueños adolescentes” de Teresa, la protagonista) o El planeta de los simios, o mencionar cualquier objeto del inmenso utillaje que acompañó, a modo de guarnición de los platos principales, aquellos años magnéticos.
La desventaja es renunciar a muchos otros aspectos, casi siempre crudos, truculentos o poco amables, que también formaron parte del recuento generacional.
Ignacio Elguero, autor de libros como ¡Al encerado!, de Los niños de los chiripitifláuticos: retrato generacional de los nacidos en los 60 o de Los padres de Chencho: niños de posguerra, abuelos de hoy, es un profundo conocedor de todos los resortes, marcas, colores y melodías que hacen saltar en el lector la complicidad del tiempo compartido. Elguero ha puesto al servicio de su primera novela todas las claves referenciales que domina con autoridad y ha construido una novela esencialmente romántica y evocadora del pasado más complaciente.
La trama es fina como una de esas pinceladas de los maestros japoneses de caligrafía pero suficientemente sólida como para engarzar sobre ella todas las invocaciones del pasado que es el verdadero fin de la novela.
Teresa, una mujer en los cincuenta, hija de una familia media, “la clásica niña de catequesis, niña de ejercicios espirituales, de guitarra de misa”, “desclasada política”, rememora a partir de un póster de Leif Garrett, un querubín rubio con la camisa de cuello puntiagudo abierta hasta el ombligo y cuyas canciones derritieron a miles de adolescentes, todos sus amores, desde los iniciales a los serios, de los pasajeros a los que llevaban el hálito engañoso de la posteridad.
La evocación salta caprichosamente de unas aventuras sentimentales a otras, sin respetar el orden temporal pero reconstruyendo con minuciosidad los lances eróticos: adolescencia, madurez, juventud, niñez. Va y viene del principio al final, y del final al medio y vuelta a empezar, siempre con su riada inagotable de guiños, hasta crear una especie de magma evocador lleno de autoreferencias tan denso que carece de centro.
Elguero no ubica a los personajes en años cerrados (no hay referencias al tiempo concreto) sino que los deja resbalar por el tobogán inacabable de la memoria, cogiendo recuerdos de aquí y de allí, como quien recolecta al paso frutos de las reminiscencias. Elguero, director de Programas de Radio Nacional de España, ha compuesto un libro pegadizo como una canción de la época.