El cíclope herido
Morderás el polvo
Roberto Osa
XXXVI Premio Felipe Trigo de Novela
Fundación José Manuel Lara
167 páginas | 15 euros
El dolor, la humillación y la rabia contenida todos estos años no me permitirán olvidar por qué estoy aquí, no vine a arrastrarme por la tierra, buscaré la forma de matarlo esta misma noche”. Una imagen poderosa atraviesa Morderás el polvo, el debut en la narrativa del guionista de televisión Roberto Osa, la rotunda figura de su protagonista, Águeda, una mujer embarazada de ocho meses, tuerta del ojo izquierdo, que pese a su futura maternidad parece preocuparse más de la muerte que de la vida y que regresa a sus raíces para ajustar cuentas con el pasado, con el propósito de asesinar a su progenitor. Los primeros párrafos ya lo anticipan: “Mataré a mi padre este mismo fin de semana. No es una decisión que haya tomado de repente, se trata más bien de arreglar algunas cosas que se torcieron cuando yo aún era una niña”.
El novelista, ganador con esta obra del Premio Felipe Trigo —que desde ahora publica la Fundación José Manuel Lara— y finalista meses antes del Nadal por este mismo texto, plantea un relato conciso y brutal alrededor de este personaje tomado por el rencor y la ira, al que el autor lleva a cumplir su destino como si fuera la heroína de una tragedia clásica. Hasta entonces, Águeda ha subsistido en un tedioso trabajo de atención telefónica y habitado un piso decorado con el mobiliario provisional de cajas de cartón, como si su precaria existencia no adquiriera un sentido hasta que ella ejecute su ansiada venganza.
Es la propia voz de esa mujer enferma de resentimiento, uno de los hallazgos indiscutibles del relato, la que narra en presente ese viaje de Madrid a Pedregal, el inhóspito pueblo manchego donde transcurren los hechos. Morderás el polvo podría entenderse como un retrato de esa España profunda, tremendista, donde afloran los instintos más primarios, pero la propuesta trasciende esa condición de drama rural: Osa firma un tenso y conseguido thriller, un poco complaciente y lacónico western, una novela corta a la que su creador logra dotar de un desgarro y una intensidad admirables. El escritor ha citado como influencias, por su brevedad y su impacto, El extranjero, de Albert Camus, y La mujer zurda, de Peter Handke, pero Morderás el polvo posee, algo no muy común en primeras novelas, una personalidad propia más allá de los modelos en los que se mire.
Porque junto a su pulso narrativo, Osa, tal vez por su profesión de guionista, sabe perfilar personajes interesantes: Águeda, con su carácter áspero, el desprecio con el que describe y trata a los otros, resulta demasiado compleja para ser solo una víctima necesitada de venganza; y frente a la bestialidad del padre —un hombre, por cierto, que desea que su hija lo mate, lo que añade matices al conflicto central— el autor tiene la inteligencia de contraponer un personaje masculino en las antípodas, el de Tariq, el novio de Águeda, un tipo culto, educado, sensible, que oye música clásica mientras se plancha las camisas y asiste impotente a la bajada a los infiernos de su amada, contempla la insondable soledad, la oscura desolación de ella. “Ya huelo el sudor, el vino, la herrumbre. No debí hacerte caso, padre, no había ninguna necesidad de volver aquí, tengo trabajo, tengo novio, unos suegros refinados, un hijo a punto de nacer. La vida por delante”, escribe Águeda. Pero la mujer, la heroína trágica, identificada también con el perfil de un cíclope, sabe que tiene que afrontar su sino: “Sé valiente. Vence al dolor”, se dice. “Por una vez en mucho tiempo, tienes la obligación de hacer daño”.