El cuarto oscuro
Una vida prestada
Berta Vias Mahou
Lumen
212 páginas | 18,90 euros
Su corazón era una cámara, pero disparaba desde el vientre. A bocajarro, en ángulo, frente a un perfil o un cristal, sin dejarse ver más de lo necesario. Igual que una flâneuse de paso con la Rolleiflex en el bolso o colgada del cuello, entre su pasión de encontrar un diamante entre el barro de la ciudad y su oficio de Mary Poppins de niños de familias burguesas. Vivian Maier siempre quiso ser una espía sin sueldo, una artista sin público, como la define su voz literaria en un monólogo inventado por Berta Vias en esta espléndida conversación novelada entre todas las Vivian Maier que fue la fotógrafa invisible que retrató durante décadas en Chicago las escenas de la calle que hablan de lo que nadie sabe, de lo que no se dice nunca, de los frágiles instantes de la belleza y del dolor, de la vida cuyo préstamo hay que devolver un día. Una narración entre fantasmas —la hija de una mujer en exilio, la nany a la que le gustaba ser una sombra entre la infancia bajo sus alas, y la artista que no revelaba los negativos— al borde del río Michigan, solitaria en un banco, sin más techo que la memoria y que suena a monólogo de tres voces con las que resolver el negativo de sí misma.
Perfecta la mirada y los enfoques de Berta Vias a través de la primera, de la segunda y de la tercera persona del singular, cercanas y poéticas todas en su objetivo de encajar el sensible mecanismo de reloj que va marcando los tiempos de sus días, de su curiosidad y amor por la ciudad como álbum de retratos, de su anonimato voluntario, de su afición coleccionista de crímenes y noticias de la prensa más amarilla, y de sus relaciones con las familias para las que trabajó. Es importante también la reconstrucción de su mundo emocional en torno a su madre, a sus primeros años en casa de Jeanne J. Bertrand, pionera de la fotografía y a la que nombra como un ángel tutelar en su pasión por la imagen, a su actitud frente a las posibilidades de la felicidad. Nada falta en la búsqueda de identidades que Berta Vias hace de la mujer que fotografía niños con toda la tristeza del mundo en una lágrima, o comiendo copos de nieve y aire, mientras juegan León azul y Pájaro furioso entre las tumbas de la mafia rodeando a Al Capone. Su diafragma del alma lo capta todo: pies de hombres y rostros a los que persigue con su Rolleiflex; manos de maniquíes que hablan; piernas de mujeres; parejas que se duermen el uno en el hombro del otro; lectores de periódicos ensimismados; al tipo que la sigue por Nueva York y ella lo atrapa con la cámara mientras él fotografía a un durmiente negro en la soledad de un parque. Incluso ella misma en autorretrato en un espejo de mano redondo “igual que una Blancanieves con el pelo a lo garçon”. Piezas de un tesoro de 120 mil imágenes que encontró en 2007 John Maloof cuando buscaba material sobre el Chicago de los años sesenta y adquirió en una subasta la caja de negativos que Vivian Maier dejó en los años noventa en la casa donde trabajó como niñera.
Tampoco faltan en la novela disfrazada de documental sus ideas acerca del dolor y del hambre; del cinismo de los editores de revistas; de la concepción engañosa de las banderas que dan sensación de libertad cuando en realidad están atadas a un mástil; del desprecio del mundo del arte hacia la gente más corriente pensando que carecen de sensibilidad y de gusto; su visita entusiasta a la célebre exposición del Moma de Nueva York ‘La familia del hombre’ (1955). La convicción de que “cada fotografía es una tumba, y todas tu cementerio individual”.
Consigue Berta Vias que el lector se siente en el banco frente al Michigan y no quiera dejar de escuchar a Vivian, la reconstrucción imaginada de la vida que nunca reveló, sin darse cuenta de que a su espalda o perfil acaba de sonar un clic.