El divino sindicalista
Pan y cielo
Juan Cobos Wilkins
La Isla de Siltolá
272 páginas | 18 euros
Estamos en una sala de espera del Cielo cristiano. Para ser más exactos, en la peculiar y humorística versión que Juan Cobos Wilkins construye de la Residencia de Yavé para situarnos en una recreación berlanguiana y picaresca de un suceso histórico tan real e hispano, que sólo puede ser tachado como surrealista: la afiliación del santo patrono san Antonio Abad —sí, el de las tentaciones— al sindicato obrero UGT en 1932, época de la II República, en su localidad onubense de Trigueros para que se permitiese su tradicional paso en procesión cumpliendo la entonces recién impuesta Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas. Siendo tan amanecida que no es poco esta anécdota, es el genio verbal y creativo de Wilkins el que logra darle al insólito suceso una lectura contemporánea, una voluntad de aviso para navegantes en la actual política española para transformarla en una novela ora desternillante ora sociológicamente precisa, y siempre inteligente y de recomendable lectura. Juan Cobos no sólo abandera un espíritu de concordia y tolerancia entre contrarios hispanos —los nacionalcatólicos y los anarcoanticlericales— cuya vigencia es absoluta en nuestros días. Es que, basado en su dominio múltiple de dos suertes de la escritura raras de ver en la misma persona —la lírica y la satírica—, logra tender una mano invisible entre dos maneras de ver la realidad que suelen repelerse pero a las que Cobos logra espejear con tanto arte, que al lector no le queda sino concluir que “nosotros, los contrarios, es que somos los mismos”.
Una de las muchas virtudes que tiene esta novela que debería salir pronto del ghetto de los libros de culto —Cuerda, José Luis García Sánchez y algún otro berlanguista debería plantearse llevarla al cine— es la de engañar al lector acerca de la autoría del manuscrito que tenemos entre manos: el juego del autor de Escritura o Paraíso radica en plantearnos que el relato que estamos leyendo no es sino un encargo del mismísimo Dios Padre a san Antonio Abad y san Sebastián —sí, el icono gay— quienes logran unir dos espíritus, morales y lenguajes antitéticos —arcano, solemne y rebuscado el del eremita, ligero y mordaz el del soldado romano asaeteado— quien necesita de fresca y divertida literatura para solazar sus períodos de aburrimiento. Así saltamos del cielo a la tierra, del ayer a la intemporalidad, de los diálogos y confidencias divinas entre santos a las diatribas entre señoras, alcaldes y señoritos de Trigueros en los años 30 buscando las vueltas para lograr consenso en la fricción. Con este recurso tan cervantino, Cobos se permite desplegar los recursos literarios que domina y, silenciosamente, abrazarse a una tradición tan cara a la parafernalia cristiana como irónica hacia la realidad y uso de sus mitos. Me imaginaba leyéndola entre carcajadas a los miembros del cordobés grupo Cántico, felices por haber podido leer en letra impresa toda aquella estética humorística que en sus tiempos muchos debieron ocultar al gran público y dejar fluir tan sólo en las reuniones inter pares.
El oído sublime de Cobos para conjugar la armonía musical de un texto se suma a su habilidad para captar el lenguaje más popular y característico del pueblo. No olvidemos que Juan Cobos se fajó durante años como guionista de Jesús Quintero y su tradicional galería de personajes imposibles. Es además, una novela tremendamente culta a pesar de la ligereza de su lectura. Un milagro divino para los que conociendo al escritor echábamos de menos que usara su humor corrosivo para nutrir un texto publicado. Lo ha hecho. Para recordarnos que la risa humaniza los mitos, exorciza demonios y torquemadas y nos hace más libres, y más y más tolerantes. Con estos santos, sí que me iba de cañas. Amén.