El gran desafío de Álvaro Enrigue
Ahora me rindo y eso es todo
Álvaro Enrigue
Anagrama
424 páginas | 20,90 euros
El propio Álvaro Enrigue lo advierte a modo de presentación: “La escritura es un gesto desafiante”. Un preámbulo a modo de (re)conocimiento: “Donde no había nada, alguien pone algo y los demás lo vemos”. El autor mexicano es un maestro en el arte de abrir los ojos a los lectores. La suya es una actividad literaria de alto riesgo: no se admite desmayos ni exceso de templanzas. Una narrativa laberíntica que engarza los misterios elocuentes del acto de crear (la alquimia de las palabras, tan esquiva como necesaria) con una historia marcada a fuego en la memoria de generaciones enfrentadas a su pasado revuelto y descarriado. El talento del escritor se desarrolla en las líneas convulsas de un territorio fronterizo entre México y Estados Unidos. El reparto de personajes es digno de un gran western: misioneros y colonos, indios que se resisten a ser aniquilados y mujeres en fuga que se escapan de su cautiverio, militares de luz apagada que persiguen sombras y literatos en busca de respuestas. Se entrecruzan la tragedia épica de los apaches —que no se llamaban apaches a sí mismos— con las peripecias de Camila, las contradicciones férreas del espíritu militar con el dibujo realista de una leyenda: Gerónimo. O la rebeldía.
Ahora me rindo y eso es todo no se conforma con medias tintas. Quiere ser una novela total. Y eso exige no solo un volcánico sentido de la ambición sino, también, una constante brega con la transpiración literaria en la que el cincelado del lenguaje vaya unido a una visión panorámica (de grandísima pantalla) de la historia: insertos de intimidad, reflexiones punzantes sobre las verdades embusteras de la Historia, elocuentes incursiones en la retaguardia de la escritura como juego de espejos donde ficción y realidad se pintan mutuamente la cara para guerrear contra los lugares comunes y la mansedumbre creativa. Dolor. Amor. Horror. Deseos. Derrotas. Enrigue amartilla el mito y doma la leyenda con un estilo que salta de la evocación lírica al pistoletazo crudo y duro: de la belleza de las montañas azules a las enaguas empapadas de orina. Miedo y amenazas, supervivencia y dignidad (“la más esotérica de las virtudes humanas”).
El escritor se expone sin rubor: ¿por qué no escribir un libro sobre la extinción? Su libro busca respuesta a esa pregunta decisiva. Los apaches, cuando llegaron a su último capítulo, solo escribían con grafías fúnebres. Cadáveres en los caminos para que no cayera en el olvido el nombre de un país anónimo. Enrigue mira hacia atrás sin descuidar el presente porque se trata de ensamblar las piezas de identidades diversas y dispersas, ya sea en la Apachería o en Nueva York. Hay aventuras íntimas y desventuras colectivas. Soñadores que reivindican la muerte de las fronteras y verdugos de la libertad ajena. La humanidad representada en un vaivén hipnótico donde los tiempos cambian de sentido con una armonía elegante y precisa. Estamos ante un creador que no sigue la línea recta porque prefiere dar rodeos y merodear el ahora con la vista aún empapada del ayer. Ese aparente desorden es, en realidad, una vía fascinante para encontrar la armonía literaria. Novela de momentos que terminan fundiéndose en la memoria del lector hasta componer un todo rotundo y esclarecedor, Ahora me rindo y eso es todo es una obra histórica que rompe las costuras del género sin contemplaciones ni titubeos. A García Márquez y Carlos Fuentes les hubiera gustado este exuberante alumbramiento de fantasía, exploración y conocimiento. La escritura como desafío: el desafío como aventura.