El hombre que se convirtió en sonido
La fuga del maestro Tartini
Ernesto Pérez Zúñiga
Alianza
XXIV Premio Torrente Ballester
448 páginas | 18 euros
El alma de la cuerda está atrapada dentro de un pequeño hilo de plata”. El desafío está servido desde el principio. Que nadie se llame a engaño: Ernesto Pérez Zúñiga no solo pretende en La fuga del maestro Tartini contar la vida (apasionante y apasionada) de un legendario músico del siglo XVIII, también quiere capturar algo invisible, pero real como la memoria misma: el ritmo de los días, la melodía de los recuerdos, la partitura de los sentimientos y el sonido de las heridas íntimas. Inevitable empezar desde el final: cuando “una última tormenta” se acerca para grabar un adiós en la lápida de los sueños, Tartini se cuenta. Se recuenta en el epílogo de un violinista que soñó con ser fuego conservado en hielo.
Con la autoridad de quien se ve a sí mismo como otra persona (el poso de los años), el narrador desgrana y desgarra la conversión de un cuerpo en música: una metamorfosis nacida de la rebeldía (el miedo es maestro infiel en todas las cosas) y el rechazo a los planes paternos en el umbral de una melancolía incurable, como el dolor rencoroso de su brazo. La imaginación al poder, el poder de la imaginación: Tartini, que tantas veces se enamoró sin llegar a conocer el amor verdadero, inventa y (se) reinventa. Dios y/o adiós. El violín y/o la espada: dos instrumentos que comparten una certeza: hay dos movimientos, voluntad y naturaleza. Tartini contiene multitudes, como diría Whitman, y de ahí la variedad de voces que lo acechan. El pasado se funde con el presente de forma inmisericorde, y aquella Giulietta de placer iluminado por un relámpago se convierte en la línea siguiente en una anciana. Duelos y quebrantos, amoríos y… una última herida en una taberna y una última herida en los ojos de una mujer. Y cuando menos te lo esperas, y cuando más te desesperas, surge lo impensable: una gruta donde la música se convierte en abismo salvador. Tocando la música, Tartini aprende a interpretar su vida y a desear los bienes del cielo: gloria, seguridad, gozo, saber, consuelo. Y el placer de encontrar “el tercer sonido”: “…deslizando el arco sobre las cuerdas al aire, sobre la nota re, al juntarla casi por casualidad con la cuerda de la, me percaté de que entre los sonidos de una nota y otra se producía un armónico mayor, un zumbido grave y situado en el vértice —una octava por debajo— de un triángulo imaginario”.
La música, pues, como morada: adiós a las huidas. La música “no conoce cárcel, le basta un alma que la piense”. Y ese alma busca sin descanso, mientras la vida la pone contra las cuerdas más de una vez, la alquimia musical perfecta. Amores prohibidos, maestros hipnóticos, viajes en el tiempo, tiempo de viajes. Al autor no le importa mostrarse descarado con su operación de acceso y derribo al mito que compuso El trino del Diablo: salen citados Tom Waits, personajes de cómic, Google Earth, el oso Baloo… Referencias de hoy para entender mejor los referentes de ayer. Narración y reflexión para dar luz a una certeza infinita: Dios es música, un pensamiento. El universo comenzó con un silbido. El agua es un tono y el sol otro tono que brilla sobre el agua. La alquimia es investigación musical. El universo consiste en la unión de los contrarios. Tartini desearía ser el alquimista del sol, y fundir la naturaleza con el alma entre círculos del pensamiento, moléculas de sangre, flotar de las esferas que abren túneles donde suenan cantos que guían a través de un río que comparte el fluir de nuestra materia hacia otro lugar. A veces, tu enemigo es lo más bello que encontrarás. Y en esa aventura inacabable de su personaje, Pérez Zúñiga encuentra la inspiración necesaria para construir una novela extraordinaria. Que suena a gloria.