El hombre que se subió a una columna y removió a un pueblo
El estilita
Uri Costak
Trad. Ana Ciurans
Destino
120 páginas | 15,50 euros
De algún modo, y aunque no tenga nada que ver en cuanto a la temática ni su prosa o mensaje, El estilita me ha recordado a la lacerante Nada de Janne Teller. ¿Por qué? Porque en ambos casos se trata de libros “diferentes”, carentes de ramplonería o moralina maniquea. De lectura sencilla pero de trasfondo medular. Lúcido en el planteamiento pero con el resultado final de servir de imagen especular, que devuelve cóncava la imagen de quien se asome al balcón de sus palabras; las de ambos autores.
En Nada ocurría lo siguiente: Como un San Simon, Pierre Anthon deja un día la escuela de un pequeño pueblo danés para encaramarse a un ciruelo. Al abandonar la clase solo dice: “Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada”. En ese instante, se fragua la tragedia. Sus compañeros, en un intento por demostrarle que sí hay cosas que importan, emprenden un tour de force hacia los infiernos helados del dolor, la renuncia y, especialmente, la pérdida de la inocencia…
El estilita de Uri Costak es más templado y tiene diferentes motivos para subir a la columna de la plaza mayor de un pequeño pueblo francés (imaginario) Gyors de la Montagne. El puntal sustentaba la estatua ecuestre del conde Italo Rodari, un prohombre de la zona y reclamo turístico del pueblo. Pero durante una tormenta, un rayo parte la estatua en mil pedazos, y el pueblo se desmorona, al quedarse despojado de su mayor fuente de ingresos… Pero de la noche a la mañana, ocurre un hecho insólito que dejará descolocados a sus habitantes: un desconocido se instala allí donde estaba el pétreo conde para quedarse, asegura, todo el tiempo que le dejen. El alcalde de Gyors de la Montagne, y su asesor, deberán decidir qué hacer con su extraña y excepcional petición mientras la dueña de la única casa cuyo balcón da a la plaza, le subirá comida diariamente a través de un sistema de cuerdas. ¿Quién es? ¿Por qué ha tomado tal decisión? ¿De dónde viene? ¿Qué pretende? No da discursos, no pide nada, no proclama, no protesta… Lo único cierto es que mientras el silencioso anacoreta medita y disfruta de cuanto ve, escucha y siente, su presencia devuelve al pueblo el turismo perdido. Todos quieren acercarse a él, entender sus motivos y conocerle. A partir de ese instante, el lector irá sabiendo qué le ocurre, cuáles son sus circunstancias, lo que pasa en la localidad y el efecto que tiene en sus habitantes —como metáfora del mundo— un hecho tan disruptivo como ese.
Como una revisitación de El barón rampante, de Italo Calvino, esta forma de protesta le permite al autor explicarse y explicarnos el mundo, las tensiones del momento, la aceleración vital en la que estamos sumergidos, la confianza y la responsabilidad de gobernar, la curiosidad por las vidas ajenas… A partir de la premisa que nos plantea Costak, la reflexión es solo nuestra. Hay un momento en que este libro de corto aliento nos exige pararnos a pensar cómo un solo hombre, por el simple hecho de subirse a una columna sin hacer nada más, puede movilizar a un pueblo entero, en una sociedad con demasiado ruido de fondo.
Fábula, alegoría, parábola… Incluso auto sacramental, que en ningún momento pierde su carácter de cuento. No estamos ante una simple novela sino ante una interactuación literaria, porque la mitad del relato lo construimos nosotros al leerlo y rumiarlo. Tal vez, solo tal vez, como el estilita, debamos despojarnos de todo para ganar algo…, porque quien no tiene nada y es feliz es que lo tiene todo.