El lado oscuro de la belleza
A espaldas del lago
Peter Stamm
Trad. José Aníbal Campos
Acantilado
160 páginas | 16 euros
En mitad de los espléndidos paisajes que brindan los Alpes, acoplado a las fronteras de Austria, Suiza y Alemania, se extiende en el mapa, como un extraño saurio dormido, el lago de Constanza. Tiene una extensión de 536 kilómetros cuadrados, sus aguas son azules y verdes y manda sobre tres idílicas islas, entre ellas la de Mainau, donde los turistas acuden en masa a aspirar el aroma de las miles de variedades de flores que allí cultivan. Es un paraíso gélido muy apreciado. De hecho, las fotografías de los fríos e impersonales paisajes de alrededor han decorado profusamente los calendarios de pared de buena parte del mundo: praderas inmensas llenas de flores diminutas de colores festivos, montañas de una suavidad impecable moteadas de rastros de nieve, casas de madera como las que ilustran los cuentos y una atmósfera de una nitidez abrumadora. La única pega es su soledad absoluta: ni una silueta, ni un animal, nadie. Supongo que alguien del duro sur, contemplando esas láminas enmarcadas en frágiles juncos de madera, se habrá preguntado alguna vez quién habita estos paraísos y por qué se esconde.
Seerücken, el título original de la nueva y espléndida colección de relatos de Peter Stamm (Münsterlingen, Suiza, 1963), uno de los mayores escritores centroeuropeos contemporáneos, es el nombre de un grupo montañoso situado a orillas del lago de Constanza, donde se desarrollan gran parte de las historias que contiene este libro. José Aníbal Campos, el traductor, ha ido sin embargo más lejos y a la hora de elegir el título en castellano se ha decidido no por la literalidad sino por la connotación. Seerücken es también lo que hay oculto y detrás del lago, los argumentos menos idílicos que subyacen a la belleza de los codiciados panoramas alpinos. Y en este punto, bajo la premisa del secreto velado, del dolor o la histeria solapadas bajo el aspecto fascinante de los paisajes alpinos, surgen los diez relatos, escritos en una prosa tan transparente como el aire de montaña y al mismo tiempo de una gran eficacia y una maestría formal clásica. Stamm, como su maestro Chéjov, rescata escenas cotidianas que se desarrollan al otro lado del lago alpino de Constanza, problemas o decisiones banales pero de una trascendencia sutil, profunda y conmovedora. En “La Cena del Señor”, un sacerdote despreciado por su comunidad, tiene que celebrar un acto litúrgico en un templo vacío como la propia indiferencia de los fieles; “El curso normal de las cosas” parece la letra de un lieder desconocido de Gustav Mahler perteneciente del ciclo de Canciones a los niños muertos. Y “Luna de hielo” es una desolada historia del portero de una fábrica que rescata su antigua vocación incumplida, emprende con coraje sus aspiraciones y cuando fracasa se convierte en un extraño y emocionante eremita en el interior de la frágil caseta de una portería.
Pero quizá los dos mayores relatos son “En el bosque” y el que abre el libro, “Los veraneantes”, con todas las connotaciones metaliterarias tan caras a los escritores de la Europa central por los retiros de montaña, de Hesse a Mann. El primero es el más largo y elaborado técnicamente, y convierte el bosque en el refugio real y simbólico de una adolescente arrojada y menospreciada por la sociedad y la familia, en un paraíso animal y agreste donde el solitario acecha a los intrusos que amenazan su invisibilidad. A espaldas del lago, en los umbríos calveros boscosos, los cazadores observan desde sus puestos como enviados de un mundo distinto en busca de seres salvajes y alimañas.
“Los veraneantes” es la extraña vacación de un profesor eslavista que prepara una ponencia sobre la obra del mismo título de Gorki en un hotel de montaña decadente y remoto donde es el único huésped. Stamm desarrolla su extraordinaria capacidad para crear atmósferas sin agobiar con adjetivos ni descripciones verbosas. Solo se sirve de la trama limpia para profundizar y abrir ramificaciones inquietantes. El inquilino y la única habitante del establecimiento establecen una relación llena de desencuentros misteriosos. “Si buscas un lugar donde no pase nada de nada”, le dice al protagonista un amigo, “ese sitio de ahí arriba es ideal para ti. De niño, yo lo odiaba”.