El logro de un paraíso
La Oculta
Héctor Abad Faciolince
Alfaguara
344 páginas | 18 euros
Lejos de dormirse en los laureles del gran éxito obtenido con aquella hermosa novela-testimonio que fue El olvido que seremos (2007), ha continuado estos años Héctor Abad (Medellín, 1958) perfeccionando su camino literario y concibiendo la literatura como una fértil mezcla de invención y memoria en la que uno ahonda, tratando de comprender su circunstancia personal y su entorno. “Recordar es como un abrazo que se les da a los fantasmas que hicieron posible nuestra vida aquí” (p. 34-35). Los años transcurridos desde los años ochenta del pasado siglo, desde aquel territorio zarandeado y esquilmado sucesivamente por guerrillas, narcotraficantes y paramilitares, son el periodo temporal sobre el que casi todo gira en esta novela, que habla de los avatares de la vida en una hermosa finca colombiana, escenario, por igual, del paraíso y del infierno. Pero sólo casi, porque Antonio, Toño, el violinista homosexual que desgrana buena parte de esta historia (el resto lo cuentan, dándose el relevo, sus dos hermanas, Eva y Pilar) se remonta también a épocas heroicas de primeros aventureros, pioneros y colonos de otros siglos, que se atrevieron a abrir caminos en aquellas selvas y montañas del Suroeste de Antioquia, literalmente, como dice el autor, “tumbando selva”.
La obra es, sobre todo, una hermosa y accidentada epopeya de emprendedores que acometieron titánicas tareas en lugares apartados e intransitables. Antonio lleva treinta años de vida en Nueva York, donde vive en compañía de su pareja, Jon. Recibe en su apartamento el aviso de la muerte de su madre de ochenta y nueve años, vital y enérgica hasta su final, con quien el hijo solía incluso intercambiar modernos emails y conversaciones de Skype en la distancia. Con la fatal noticia, se inicia un regreso a la tierra natal que tiene mucho de tránsito de personaje bernhardiano, también en sus diatribas contra una nación tan amada como imposible e inhóspita. Medellín o Colombia fueron siempre “patria terrible”, un entorno “asfixiante, clerical, intolerante, racista, homófobo…”
Antonio, pese a la impresión inicial, no será protagonista único. Poco a poco sus dos hermanas —con quien siempre se reunía allí en Navidades mientras vivía la madre— alternan ángulos y voces y cobran peso en el libro, mientras que Antonio crece en su papel de “historiador” aficionado y desesperado de aquella comarca, de una familia y de una finca de recreo que conoció tiempos de cafetales y ganaderos, pero también espantosos secuestros, incendios y ataques salvajes. El que sufrió Eva —el asalto a la casa por sicarios del narco que en aquellos años invadían y asolaban propiedades para plantar cocaína y amapola— sabe dosificarlo y alargarlo el autor, mientras la protagonista lo desgrana y aumenta con ello el suspense, dando viveza a una narración estupendamente equilibrada por la alternancia de voces.
El fluir de la vida pasada y presente nos la brinda Abad con la gracia y la dulzura de mil giros coloquiales, pero, sobre todo, en sintonía con la mejor tradición colombiana de narradores torrenciales y contadores de historias. Una novela ambiciosa en la que Héctor Abad llevó a cabo una fuerte investigación, una historia en la que nos habla también de pasiones, de amores fieles o infieles, de la sabiduría de algunos ancianos que supieron tanto luchar como aceptar su destino, de la codicia humana, de la corrupción policial y funcionarial en un país sin garantías jurídicas, o de las muchas “mentiras” del arte contemporáneo.