El origen de un mito cinematográfico
Jules
Henri-Pierre Roché
Trad. Vanesa García Cazorla
Errata Naturae
88 páginas | 9 euros
Hubo una época en la que existían unos espacios mágicos llamados “cineclubs”. Allí acudían jóvenes sedientos de reflexión y pensamiento. Amaban el cine porque creían que allí sucedían cosas que les concernían, que les explicaban que el mundo que habitaban era mucho más amplio de lo que podían abarcar.
Uno de esos cine clubs, el Objectif 49, fue visitado por críticos, estudiantes y artistas ilustres. Entre ellos estaba el cineasta François Truffaut que había sido invitado por el teórico André Bazin. Truffaut acabaría siendo uno de los estandartes de la Nouvelle vague o Nueva ola francesa, un movimiento cinematográfico que revolucionó el mundo del cine hacia finales de los años cincuenta y principios de los sesenta en Francia y, por extensión, en toda Europa.
Uno de los títulos más destacados de Truffaut fue Jules et Jim, un delicioso film de 1962, en el que una apabullante Jeanne Moreau ocupaba el centro de un triángulo amoroso devastador y luminoso al mismo tiempo. Esa película se basaba en un relato de Henri-Pierre Roché titulado Jules y Jim. Roché había tenido una excepcional amistad con otro escritor, Franz Hessel. Ambos habían vivido su propio triángulo amoroso con Helen Grund, una pintora berlinesa con la que Hessel llegó a casarse. En esa experiencia personal se basó Roché para escribir esta novela a los 74 años.
Ahora, la editorial Errata Naturae publica seis relatos inéditos de Roché bajo el título Jules. Esta nueva obra supone una inmersión en el universo del parisino. Se trata de pequeñas e íntimas piezas narrativas de muy distinta índole que ahondan en los mismos temas que siempre le interesaron: el amor grave, la amistad, París como escenario excelso.
El primer relato de este volumen está dedicado precisamente a Jules. Apenas 4 páginas son necesarias para bocetar a este personaje. El final de relato, con giro incluido, muestra la belleza de la escritura de Roché: “En aquel instante, resonó un grito, nítido entre el estrépito del tren. Me di la vuelta y no vi a Jules. Me atenazó el terror… Fue con unas linternas como encontramos, bajo las ruedas, el cuerpo de mi pobre amigo”.
En “Los papeles de un loco”, por el contrario, encontramos un relato menos clásico, fragmentado y desquiciado. Se lee como un gran poema acerca de la locura y del delirio más extremo: “Me desbordo de mi habitación, reboso, devoro la casa. Soy la casa. Soy el musgo del tejado y la humedad del sótano. Veo cada uno de los menudos objetos que hay en ella, soy tanto el conjunto como cada uno de sus átomos. Soy como un gas gris que se extiende”.
Las piezas “Un coleccionista” y “El señor Arisse” están ambientadas en esa atmósfera del coleccionismo de arte que el autor frecuentó. Roché fue marchante, además de periodista, y mantuvo estrechas relaciones con artistas y poetas como Max Jacob, Picasso, Apollinaire, Duchamp, Brâncuși, Satie o Cocteau. Si “Un coleccionista” supone un retrato fiel y perturbador del fetichismo, en “El señor Arisse” se despliega un misterio que envuelve a un personaje alrededor del cual se concitan toda suerte de leyendas y mitos que el narrador intenta desentrañar.
Roché sigue sorprendiendo al lector cambiando de temas y registros: en “Un pastor”, el hábito de cuidar un rebaño se parece demasiado a una ceremonia de liberación demoniaca; “Soniasse”, por último, podría leerse como un relato autobiográfico ambientado en el París de la absenta y los apartamentos pequeños y lúgubres en los que se fabrican historias eternas. Las mismas que escribió Henri-Pierre Roché.