El raquitismo racional
Espíritu festivo. Cuentos de fantasmas
Robertson Davies
Trad. Concha Cardeñoso
Libros del Asteroide
312 páginas | 18, 95 euros
Experimento una fascinación morbosa por el romanticismo necrológico de esas ficciones en las que los protagonistas se enamoran de fantasmas: El fantasma y la señora Muir, Jennie, Laura, La mujer del cuadro, Vértigo y Brigadoom. Dualidades, amor y muerte, espejos, retratos, fantasmagorías… Mi relación con la literatura fantasmagórica comienza con la lectura de relatos de Dickens y Edith Wharton, y llega a su apogeo cuando disfruto como una bellaca con Otra vuelta de tuerca de Henry James. Davies cita la obra de James en Espíritu festivo. También alude a otro de los grandes del género, Montague Rhodes James. En Otra vuelta de tuerca el lector siente el escalofrío de que la realidad sea más aterradora que el más allá. Decir que con ese libro “disfruto” es decir poco: viviseccionando el juego de narradores he aprendido mucho del arte de contar historias. También aprendo que hay que tomarse en serio a los fantasmas cuando Wilde inventa un ser patético, enternecedor y travesti, El fantasma de Canterville, y con su invención subraya ese contraste entre esencia y modernidad, magia y ciencia, leyenda y tecnología, apariciones frente a quitamanchas, en resumen, la vieja Europa frente al nuevo continente, esa relación de amor-odio que obsesionó a muchos escritores interesados en los ectoplasmas… Uno de los propósitos de Davies radica precisamente en reflexionar sobre una posible idiosincrasia de Canadá frente al coloso estadounidense y el referente europeo: algo que ya hizo en su Trilogía de Salterton. Otro objetivo consiste en combatir el “raquitismo racional” que parafrasea en “La fotocopiadora de la habitación perdida”: “contrarrestar el exceso de racionalidad con brotes esporádicos de irracionalidad”.
Robertson Davies saca partido de estas aventuras paranormales enlazadas por él mismo autoficcionalizado en un narrador que inevitablemente se ve abocado a enfrentarse, con una veta grotesca y burlona, a distintos fantasmas de todas las clases y condiciones: el batallón de santos desterrados que vagan por el mundo como una Santa Compaña, diablillos, señores del Averno con complejos de oveja negra, genios embotellados o enanos saltarines. Para dar coherencia al conjunto, señala que los relatos son una recopilación de los que cada año cuenta para celebrar la Navidad en el Massey College, escuela universitaria y facultad de la que Davies fue decano. Con las apariciones de Dickens o la reina Victoria, Davies ejerce una crítica amable sobre la institución universitaria y los cambios sociológicos de la década de los setenta. Ahí es donde se percibe el conservadurismo que es marca de la casa de muchos escritores anglosajones dedicados, en un momento u otro, al humor: a Davies las luchas feministas le parecen tan exacerbadas como la antagónica reacción de macho cabrío. Le molestan los excesos. Aun así, he disfrutado mucho con las incorrecciones del escritor y con su capacidad para ser dulcemente impertinente. Y autocrítico: en “El fantasma que desapareció a fuerza de títulos” Davies marca los gruesos contornos de ridiculez que definen los ritos académicos, concretamente la lectura de tesis: quien lo probó lo sabe. La iconoclastia de los retratos de San Jorge de Capadocia y Santa Catalina de Alejandría en “Refugio para santos denostados” es descacharrante y revela el escepticismo religioso de un autor tan dispuesto a creer en los fantasmas como en el Espíritu Santo. Por último, la relación, erótica y de ultratumba, que el escritor-narrador-protagonista mantiene con una mesita que recoge los estertores discursivos del político liberal William Lyon Mackenzie King, primer ministro de Canadá entre 1921 y 1943, es tan absurda como hilarante. Advertencia: estos relatos de fantasmas son adictivos. Se recomienda una posología de uno al día para acabar la jornada con cierto semblante risueño.