El relato de la memoria
La vida sin armadura. Una autobiografía
Alan Sillitoe
Trad. Antonio Lastra
Impedimenta
384 páginas | 22, 70 euros
Muchos son los asuntos que me han sorprendido de La vida sin armadura. Por ejemplo, la sensación de que mientras escribía el libro Sillitoe estaba en realidad armado hasta los dientes: la obra subraya el tesón que debe caracterizar a toda persona que se dedique a la escritura, así como el especialísimo tesón de Sillitoe que durante décadas fue rechazado por editoriales y revistas. En la parte superficial del relato de esas vicisitudes, deslumbra la constancia, el ánimo y la fuerza del narrador inglés; por debajo, esta lectora malintencionada percibe unas gotas de acrimonia, del mal gusto que queda después de tanto rechazo y negativa. Por mucho que años más tarde esa sensación incómoda se atenúe desde cierta conciencia del éxito.
La vida que Sillitoe quiere contar es la del escritor que alcanza el éxito después de un afán titánico que consiste en el desarrollo de la constancia como músculo: el niño Alan, hijo de una clase obrera que aún no se beneficiaba del estado del bienestar; el Alan que sale con un montón de chicas de las que no dice su nombre y de las que solo le interesa la posibilidad del sexo; el Alan telegrafista que vive aventuras en Extremo Oriente; el Alan tuberculoso que cobra una pensión por invalidez y que, en la enfermedad y el reposo, estrecha su vínculo con la literatura sobre todo como lector; el Alan bohemio que vive en Francia o Mallorca; el que se casa con Ruth, la mujer cuyo nombre sí que se pronuncia cobrando entidad amorosa e identidad personal… Todos esos Alanes se concentran en el único Alan que a Sillitoe le interesa retratar: el que escribe Sábado por la noche y domingo por la mañana y La soledad del corredor de fondo; el que participa en las adaptaciones cinematográficas de ambos libros. No es que el pasado no importe, pero las palabras de Sillitoe sobre su propia vida revelan lo que siempre ha valorado más: la literatura que, en su caso, funciona como herramienta de desclasamiento. Llama la atención cómo uno de los escritores paradigmáticos del movimiento de los Angry Young Men −junto a Amis o Larkin−, un escritor “de clase obrera”, reniega de esos marbetes: desconfía del concepto de clase tanto como de los críticos marxistas. Las opiniones políticas de Sillitoe en La vida sin armadura incluso contradicen el estereotipo del escritor de izquierdas: confiesa no sentirse escandalizado por el lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón; reniega del pacifismo; recela del Partido Laborista; es un firme defensor de la posición de Israel frente a la amenaza de los países árabes…
La vida sin armadura es un libro indispensable en tanto en cuanto Sillitoe demuele el tópico ideológico que rodea la figura de este escritor. También son interesantísimas sus reflexiones literarias: la necesidad de la aflicción en la escritura, la ausencia de disfrute en el proceso de escribir, el propósito de “crear obras que dejen al lector a favor de la vida”. El relato de la memoria estremece por la precisión de las informaciones que sobreviven en la mente de Sillitoe; tal exactitud −loca− solo puede ser fruto de la constancia y minuciosidad de quien ha llevado previamente un catálogo, un diario, un albarán de su existencia: Sillitoe desde muy pronto debió de hacerse consciente de su importancia y apuntó con meticulosidad el número exacto de palabras de cada una de sus obras en cada una de sus diferentes versiones. Da miedo. Sin embargo, lo que más sobresale en La vida sin armadura es su estilo: tras la aparente tranquilidad y frialdad de la palabra, alguna imagen se hace visible por su violencia explícita −la madre de Alan sangra con la cabeza abierta sobre un cubo después de haber recibido una paliza de su padre− y por esa violencia soterrada que define el mundo en que vivimos y su campo literario.