El secreto de contar
Berta Isla
Javier Marías
Alfaguara
552 páginas | 21,90 euros
En esta novela nos reencontramos con lecturas retomadas de otros libros, sus amados/odiados escenarios de Oxford e incluso viejos conocidos de sus novelas precedentes. Volvemos, por otra puerta, al mundo de Todas las almas y Tu rostro mañana. Berta Isla puede leerse de manera independiente, pero encaja con precisión en el tejido celular que es la obra de Javier Marías. Igual que sucede en este libro, de una circularidad virtuosa, que al llegar al final vuelves con avidez a releer el primer capítulo a modo de preámbulo para, ahora sí, captar todos los matices, cuando algún lejano día Javier Marías escriba su última novela, habrá que ir a releer la primera y volver a empezar el ciclo para entender en toda su dimensión ese único libro que es su obra completa.
Su prosa envolvente y su manera de contar casi sonámbula tiene algo de sesión de hipnosis. No entras en una novela de Javier Marías, te hundes en ella. Como en un sueño agitado. Tom o Tomás Nevinson (de padre británico y madre española) estudia en Oxford, lo espera en Madrid para casarse Berta Isla, la muchacha más popular del instituto, y nada se interpone entre él y un futuro diáfano. O eso creía, igual que creemos todos, instalados en el lenitivo del autoengaño. Un suceso inesperado altera su plácida vida de estudiante destacado y se le abre una trampilla para escapar a las consecuencias de ese terrible suceso.
Es una novela sobre lo que no se cuenta. Un leit motive de Javier Marías desde el inicio de su narrativa hasta la anterior Así empieza lo malo: contar o no contar, he ahí el dilema. Porque si cuentas modificas la realidad del que escucha y uno cree que es mejor callar, pero ¿acaso el silencio no la modifica de manera igual de crucial? La cuestión se va desenrollando en la novela como una alfombra en un zoco. El lector permanece prácticamente en la misma ignorancia sobre las actividades de Nevinson que su propia esposa y Marías nos inocula de tal manera la desazón que uno se descubre a sí mismo en su propia casa, como otra Berta Isla, elucubrando sobre cuáles podrán ser esas actividades o incluso sus posibilidades de retorno cuando una de sus ausencias se alarga más de lo habitual.
A Nevinson la trampilla de escapatoria lo condujo al servicio secreto británico. No puede contar nada de sus actividades a su esposa, por la obligada confidencialidad que de ser violada podría llevarlo a un consejo de guerra y por la propia seguridad de su familia. Callar parece lo razonable. Pero vamos viendo en la ocultación de la verdad al paso de los años, cómo en ese afán por la seguridad familiar se va fraguando otra inseguridad de un tamaño tan gigantesco como el de la propia imaginación de Berta: inseguridad conyugal, inseguridad moral… Cuando ella, al principio del matrimonio, le pide saber, él le responde de la misma manera que se lo explicó a él su jefe al principio de todo: “nosotros estamos pero no existimos, o existimos pero no estamos. Hacemos pero no hacemos, o no hacemos lo que hacemos, o lo que hacemos nadie lo hace”. Le dice a Berta: “Incluso lo que hay, no lo hay”.
En esta novela de espías sin espionaje hay momentos en que el tempo del autor y el del lector no coinciden: querrías que fuese más deprisa y él sigue dando vueltas a la mahonesa. Pero son esas pacientes vueltas de almirez las que le dan la densidad necesaria. Usuarios de mahonesas light, abstenerse. Porque contar lo que no se cuenta es un reto al alcance de pocas manos. Y lo logra magistralmente Marías. Su minuciosidad, malicia y talento te reconcilian con el viejo arte de contar historias.