Elemental, querido G
G
Daniel Sánchez Pardos
Planeta
560 páginas | 20,90 euros
Sostiene el escritor Rafael Argullol, en otra reciente evocación literaria y fantasmagórica de Antonio Gaudí (Mi Gaudí espectral), que la imagen del venerado arquitecto catalán se basa en tres estereotipos: el arquitecto ultracatólico y conservador, el nacionalista y la bestia negra de las vanguardias. Pero esos tres tópicos principales se quedan cortos para entender su genio. Hay otras características intermedias muy golosas que bastarían para consagrarlo como un personaje inagotable: el Gaudí bohemio y espiritista de sus años de formación; el Gaudí amante de las curvas frente a la locura de las rectas paralelas sobre las que circulará la estética dislocada del nazismo; el Gaudí autor de la imagen moderna de Barcelona reproducida con una monotonía kitsh en los artículos para turistas, e incluso el Gaudí santo. Sus devotos han remediado con suposiciones y conjeturas tanto los vacíos biográficos como las contradicciones irresolubles de su asombrosa personalidad. Gaudí es hoy una criatura del aire que aparece y desaparece como de esos inciertos volúmenes de sombra y luz que decoran sensualmente la Casa Batlló.
Daniel Sánchez Pardos, barcelonés de 1979, autor de cuatro novelas, ha convertido, con una estupenda sensibilidad comercial y un estilo diáfano y fluido, al Gaudí menos documentado y escurridizo (el que llegó desde Reus con 16 años y se formó en el ambiente convulso del Sexenio democrático hasta la Restauración borbónica de 1874) en G, un inquieto estudiante de arquitectura ungido con las mismas virtudes deductivas que Sherlock Holmes. Gaudí, reducido a G., es mucho más sugestivo que con el apellido completo, más extraordinario y chestertoniano, y más lleno de turbios placeres. ¡Por algo el sexólogo Ernst Gräfenberg bautizó su punto como G en vez de llamarlo G punto!
G sigue las pautas de los folletones decimonónicos, incluidas las ilustraciones a plumilla con sus pies explicativos, que estaba condenada al éxito desde antes de su aparición. ¡Los derechos de edición fueron vendidos el año pasado en 25 países! El aparato publicitario ha sido espectacular. Incluso ha aparecido un juego de ordenador con un plano que permite seguir sus pasos por la Barcelona finisecular.
G., el personaje de Sánchez Pardos circula, en efecto, como el protagonista de un videojuego por una Barcelona dividida entre republicanos y monárquicos, despabilado, insomne y enigmático, en medio de una trama llena de equívocos y aventuras muy al gusto de los lectores de Alejandro Dumas, con robos, crímenes, bombas, pistas inverosímiles e incendios. El trasfondo, por si no fuera suficiente, es la Barcelona de Las Ramblas, la zona portuaria y el Raval con sus viviendas desvencijadas, sus lupanares y sus cafés aptos para la conspiración, el sexo o el espiritismo. Las referencias metaliterarias a libros de género son constantes: Falcones con Santa María del Mar; Conan Doyle con Holmes… Nuestro G cuenta incluso, gracias a ese juego de duplicaciones, con la inestimable ayuda de un golfillo inspirado en la panda de los legendarios Irregulares de Baker Street. El coprotagonista, es decir, el Watson que cuenta la historia, es Gabriel Camarasa, hijo de una ilustrada familia catalana exiliada a Londres tras el golpe de Prim que regresa a Barcelona, junto a su socio británico, con intención de montar un periódico amarillo en plena maquinación para la Restauración borbónica. Fiona, la hija del socio de Camarasa y dibujante de las escenas más escabrosas que publica el periódico, es quizá el personaje mejor construido.
G es un libro que se lee y se traga como un vaso de agua fresca, sin posos, turbiedades ni matices, un novelón a la antigua de casi 600 páginas. Nada más y nada menos.