En cualquier parte del mundo
Cárdeno adorno
Katharina Winkler
Trad. Richard Gross
Periférica
256 páginas | 18 euros
El ser humano desea vivir en un mundo seguro, ordenado, sin violencia. Un mundo que confirme los valores que se suponen orientadores de la conducta y que certifique la confianza en la naturaleza humana. Por eso, no siempre resulta grato que alguien vaya escarbando por ahí. No es grato que alguien como el escritor saque a relucir el espanto de la dominación masculina que aún hoy existe en muchas sociedades. Otra cosa es que sea necesario.
En Cárdeno adorno, debut literario de Katharina Winkler (Viena, 1979), traducida también al inglés, francés, rumano, esloveno e hindi, entre otras lenguas, la autora mete el dedo en la llaga desde la primera página. Basada en hechos reales (las entrevistas que la autora realizó a una mujer que fue atendida en el consultorio médico de su padre) la novela da voz a una chica turca, Filiz, nacida en un “rebaño”, como ella misma lo llama, de numerosos hermanos y hermanas.
Aparte de los lobos que bajan a la aldea, la primera amenaza es el padre, un hombre para el que el honor —un honor absurdo y tergiversado— es lo más importante, y al que hijas y madre sirven como si fueran esclavas. Filiz vive trabajando y protegiéndose de un machismo atávico que considera a las mujeres objetos. A la violencia resultante, alude Winkler a través de la metáfora del “cárdeno adorno”, es decir, los cardenales y los golpes que ornan el cuerpo de las mujeres. En la aldea todas las mujeres aceptan el “adorno” y las que no lo lucen, son miradas con desconfianza por las otras mujeres.
Además del honor, esta niña y las demás viven ancladas en fenómenos mágicos que las llenan de terror como “la virgen” (“tengo que protegerla y dar mi vida por ella, dice padre”); el árbol sagrado, que cura y deja ver en sueños a los futuros maridos; la aybsasi (“siento una gota en el muslo. Introduzco la mano bajo la falda, la busco a tientas”) o el no reír, “no abrir los labios porque evocan los labios de mi vulva, que son propiedad de Yunus”.
A los 15 años, Filiz se casa con el bello Yunus, en secreto y en contra de la voluntad de su padre. Si bien en un principio se cree enamorada de él, ya desde la noche de bodas, la niña empieza a intuir el futuro: “Yunus entra en tromba, viene volando sobre la loma. ¡El lobo! Me embiste, me arranca el velo, me oprime contra la pared… tengo delante su miembro erecto, lo lleva como un pica y se abalanza sobre mí, los dientes en ristre, veo ovejas muertas”.
En la casa también está la suegra, a la que Filiz llama la araña. Se trata de una mujer mezquina y grosera, que consiente el maltrato y toma a la niña como esclava. Recluida como en una prisión, valorada menos que un animal, golpeada y, aun con todo, amando al tirano que la humilla, nacerán tres hijos.
La máxima aspiración del matrimonio es trasladarse a Alemania y usar jeans. Y, a la espera de que llegue el día, Yunus sigue ultrajándola. El salvajismo que irradian estas escenas no consigue, sin embargo, emponzoñar la atmósfera de la novela que se mueve entre la realidad más cruda y algo parecido a un cuento de hadas plagado de lirismo y belleza. Cuando Alemania no puede ser, llega el sueño de Austria, “la tierra de los vaqueros y las deportivas, la tierra de los pecados”, en donde por fin aterrizan. Allí Filiz aprende a conducir y después de muchos incidentes, Yunus es arrestado. Para alivio del lector, ella se instala en una casa de acogida junto a sus hijos.
Con un lenguaje despojado, incisivo y mordiente, Cárdeno adorno se sitúa, por su valentía y crudeza, en la línea de novelas como El club de los mentirosos, de Mary Karr, o Del color de la leche de Nell Leyshon y, en ciertos aspectos, de Una educación, de Tara Westover. No es grato que nadie vaya escarbando por ahí, pero tenemos que agradecer a la autora que haya dado voz a la víctima de esta estremecedora historia de violencia doméstica. Al fin y al cabo, puede estar ocurriendo, ahora mismo, en cualquier parte del mundo.