En defensa propia
Una chica con pistola
Amy Stewart
Trad. Carlos Jiménez Arribas
Siruela
332 páginas | 22,95 euros
En Una chica con pistola Amy Stewart recrea la historia de las hermanas Kopp: tres mujeres que deben defenderse, con la ayuda del sheriff Heath, del acoso de un industrial de la seda vinculado a la Mano Negra. El punto de partida es un artículo de 1914 en el que se cuenta cómo la calesa de las Kopp es arrollada por el automóvil del empresario. A partir de ahí, la autora pone en funcionamiento los recursos de su imaginación para construir una serie de personajes como la heroína Constance Kopp; su hermana Norma, escéptica y colombófila; y la pequeña Fleurette, obsesionada con el circo y con que escriban bien en los periódicos su precioso nombre de ensalada. La trama entreteje elementos detectivescos y folletinescos, mezclando lo truculento con lo ingenuo: robos de niños, raptos de jovencitas para la trata de blancas, anónimos de hampones, crónicas de sucesos, vendedores de máquinas Singer a los que les das la mano y se cogen el brazo, hermanas que son madres y madres que son austriacas, disfraces, persecuciones y una tensión sexual no resuelta entre Constance y el bondadoso sheriff.
Al margen del interés con que avanzamos en la lectura, Una chica con pistola es una muestra de cómo la apariencia de lo inofensivo se sustenta sobre una potente red ideológica: el sensacionalismo como estrategia de venta de la información; la idea de que la inocencia se protege con pistolas; la triangulación de los conceptos de emancipación femenina, necesidad de protección y armas de fuego; el revólver como fetiche erótico y atributo de virilidad que empodera a la mujer; el cuestionamiento del estereotipo de hembra débil y delicada gracias a la envergadura e intrepidez de Constance. Stewart desconfía del capitalismo a una década del crack, pero también le concede un voto de confianza porque subraya cada uno de sus puntales éticos: la épica del western que se basa en el individualismo pero también en la ayuda mutua entre los mejores; el genuino sabor americano; la libertad de elegir; el derecho y el deber de proteger a los tuyos; la posibilidad de hacerse a uno mismo/a; el mito de la tierra de las oportunidades; el valor intrínseco de la aventura; la conveniencia de asumir riesgos y crear figuras heroicas, emprendedoras, singulares. Como el comandante que no rinde el fuerte a los apaches. Como los padres fundadores de la patria.
Más allá de la innegable competencia literaria de Stewart, de sus habilidades folletinescas y de su laboriosidad como documentalista, el punto de vista de la autora se me escapa entre los dedos: los poderosos revientan las huelgas de los trabajadores y no permiten que funcionen las instituciones de todos —judicatura, policía—, mientras los débiles se defienden con pistolas. Trascendiendo el periodo histórico en el que se desarrolla la peripecia, no puedo dejar de acordarme de que Stewart escribe en el país de la Asociación Nacional del Rifle. A la vez veo una clara defensa de las madres y la solidaridad femenina, de la necesidad de combatir esa doble moral y ese puritanismo que han hecho infelices a tantas personas…
El tono carece de pretensiones y esa amena naturalidad está más cargada ideológicamente que las armas de fuego que usan las Kopp. Quizá la mirada de Stewart se me escurre entre los dedos, porque la voz narrativa de Constance se la ha comido. El mayor defecto de esta novela se convierte en su mayor virtud flaubertiana. Constance es una mujer fuerte y poco convencional a comienzos del siglo XX: a veces me encanta y a veces la detesto. Ahora les toca a ustedes mediar en el debate.