Entre el esplendor y la sombra
Viaje al Macondo real y otras crónicas
Alberto Salcedo Ramos
Pepitas de Calabaza
328 páginas | 20 euros
Los escritores de ficción no son más importantes, per se, que los de no ficción, sólo porque imaginan sus argumentos en lugar de apegarse literalmente a los hechos y personajes de la vida real”, escribe el colombiano Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963) al comienzo de uno de los textos —“Del periodismo narrativo”— incluidos por Darío Jaramillo Agudelo en su Antología de crónica latinoamericana actual. La frase, así dicha, parece de sentido común, pero sólo entendemos del todo su alcance cuando leemos crónicas como las del propio Salcedo Ramos que figuran entre los mejores relatos —reales o no reales— de los últimos años y lo señalan no sólo como uno de los grandes cronistas contemporáneos, sino también como un excelente escritor a secas. Publicada por Pepitas de Calabaza, esta nueva antología reproduce la estructura —y buena parte de los contenidos— de una recopilación anterior, La eterna parranda (2011), en la que el autor reunía, como aquí, sus historias más celebradas, esta vez acogidas al título de la crónica que relata su “Viaje al Macondo real” donde los lugareños, acostumbrados a las visitas de los mitómanos, no necesitan leer a Gabo para saberlo todo de su mundo: “En el Caribe la verdad no sucede: se cuenta”.
Desprovisto de la magia, el realismo de Salcedo Ramos conmueve no menos que el de los fabuladores, pues comparte con ellos los recursos narrativos que hacen de sus crónicas algo muy distinto de los reportajes convencionales. Sus personajes no inventados, sino estrictamente verdaderos, son agrupados en las dos primeras secciones con el calificativo de “Irrepetibles” o “Bufones y perdedores”, gente singular y al mismo tiempo corriente —todos del puro pueblo— que el autor retrata con trazos memorables desde una mirada compasiva, bienhumorada o irónica: el muchacho indígena que emplea cinco horas diarias en ir y volver de la escuela, el “palabrero” que ejerce de mediador entre los vecinos en disputa, el trovador mujeriego —de cuando el vallenato “era una música genuina y vigorosa”— y su legendaria “piquería” con un cantor rival, el árbitro que no duda en devolver los golpes a los jugadores bravos, el futbolista aficionado a la farra —el alterne y el sexo estimulan su rendimiento— que pierde una pierna en un accidente de tráfico, la empresaria que nació en el arroyo y triunfa vendiendo tortillitas de maíz, el viejo que ejerce de bufón contando chistes en los velatorios o los travestis que forman un disparatado equipo de fútbol llamado las Regias. Y los boxeadores, su “vida gloriosa y trágica” —a uno de ellos, Kid Pambelé, dedicó Salcedo Ramos su libro El oro y la oscuridad (2012)—, campeones nostálgicos o marcados por el dolor de haber dado muerte a un contrincante o fugazmente retornados para poder seguir ejerciendo de traperos o reconvertidos en mercenarios, seres encallecidos que siguen en la pelea dentro o fuera del cuadrilátero.
La tercera sección, “Entre el esplendor y la sombra”, se acerca a la dura realidad de la guerra o la violencia urbana, masacres, torturas, secuestros, asesinatos, hermanos enfrentados en milicias igualmente criminales y un reguero interminable de víctimas —con sus rostros, con sus nombres— entre las que sobresalen los mutilados por las “minas quiebrapatas”, sembradas por miles en amplias zonas del país: “Acaso es ella, la Señora Muerte, lo único verdaderamente democrático que hay en Colombia”. Incluyendo el arriba citado interludio de Macondo, un oasis de ligereza en medio del horror, esta serie deja paso a dos breves y hermosas piezas autobiográficas donde Salcedo Ramos evoca a su madre fallecida y a la niñita “odiosa” que fuera, sin él saberlo, su primera novia. Dice el cronista, el gran contador de historias, que aquella —“mujer de una sola pieza hasta el último aliento”— no podía aceptar la mentira.