Explorando utopías
Las efímeras
Pilar Adón
Galaxia Gutenberg
240 páginas | 18,90 euros
El crítico Harold Bloom revolucionó el mundo de la literatura cuando escribió La angustia de las influencias. Allí confeccionaba una teoría, según la cual, un poeta joven debería necesariamente imitar determinados modelos en su etapa formativa antes de aventurarse a expresar su propia singularidad. Se trataría del íntimo combate de un autor por crearse a sí mismo. Bloom confesaba que su famoso canon existía porque somos mortales y la perspectiva de leerlo todo es irrealizable.
La intervención del crítico norteamericano no es baladí si comprobamos la notable cantidad de ecos literarios que encierra Las efímeras. Las hermanas Dora y Violeta Oliver como trasunto de las Brönte; la naturaleza salvaje de ese poemario no menos brutal titulado Hojas de hierba de Walt Whitman; la omnipresencia naturalista rescatada de Thoreau… toda esta galería de influencias literarias se localiza en la novela de Adón, versada en la traducción de obras clásicas escritas por Henry James, Penelope Fitzgerald o Wharton. En los poemas de Pilar Adón (Mente animal, La Bella Varsovia), en sus relatos (El más cruel, Impedimenta) y en sus novelas (Las hijas de Sara, Alianza Editorial) orbitan siempre los mismos temas: la soledad, la dominación, el aislamiento, la dependencia. Y, por supuesto, un recurrente escenario: la naturaleza invasiva, asfixiante y enfermiza que convierte casi cualquier historia en tenebrosa. Las efímeras no escapa de esta regla, más bien, abunda en ella para constatarla.
Una comunidad utópica inspirada en La Ruche francesa —una escuela libertaria laica que existió entre 1904 y 1917 a tres kilómetros de Rambouillet a cargo del anarquista Sébastien Faure— sirve como escenario para esta historia en la que cuatro personajes protagónicos —dos hombres y dos mujeres— se relacionan de forma enconada en tres ambientes dispares —tres casas, tres núcleos familiares— que estructuran la novela. Un microcosmos salpicado de ira, violencia y aspereza que, de forma sutil, contagia a los miembros de esta comunidad que llegaron a ella con la única condición de negar lo superfluo y rechazar lo innecesario.
Lo femenino se instala en el centro del relato gracias a las dos hermanas protagonistas. Dora es la mujer fuerte (como una “diana cazadora”) que cree tener el control. La autora la escribe siempre rodeada de perros, con botas robustas que pisan y dominan la perturbadora naturaleza —tercera protagonista femenina del relato—. Violeta es justo lo opuesto: una suerte de ninfa indefensa y hermosa que emerge de las aguas, etérea, efímera también. Mítica. El resto de personajes solo actúan y se despliegan en función de ellas.
La aspiración a la palabra justa, al adjetivo certero y a la construcción artesana pero lírica de cada parte del texto se convierte en una obsesión formal para Pilar Adón. Se percibe además un cierto ritmo bíblico que marca algunas partes del libro —en la oración que Denis dedica a su padre o en el inicio del segundo capítulo—. Un aliento salmódico que, sin embargo, no se detecta en una preocupación argumental más escorada a territorios psicológicos donde se suscitan algunas cuestiones: ¿es posible la libertad en un escenario tan opresivo? ¿Es el aislamiento un acicate para que las obsesiones crezcan?
Las efímeras a las que el título alude son unos insectos efemerópteros, frágiles y delicados, cuya vida apenas ocupa unas horas o días. La lectura del último libro de Pilar Adón dura mucho más tiempo. Casi el mismo que tarda en curarse la picadura que supone su lectura.